Serie Conversaciones con Raymond Aron.Una metafísica de la rebelión. (V parte)

Jhonas Rivera Rondón

 

Rostros encapuchados, bombas molotov que incendian las calles, vestimenta desaliñada. Marcar los linderos entre el rebelde y los revolucionarios militantes resulta a veces una tarea difícil. La metafísica del rebelde brinda una idílica imagen de autosacrificio. Un persistente opositor a las normas establecidas.  Algunos incluso afirman que admirar secretamente a estos personajes es lo máximo que pueden llegar a hacer los cobardes. Cobardía convertida en indiferencia, al dar una pasiva complicidad al oleaje fanático que defiende su ideología. De esta forma, la rebeldía idealizada termina siendo expresión de un sentimiento mayoritario de temor. Pero ¿Cuál es la importancia de esta metafísica de la rebeldía en el opio de los intelectuales?

 

El mito de la revolución resulta muy atractivo. La revolución marxista ha contado con todo un prestigio a lo largo del siglo XX. Construyó toda una metafísica de la rebelión en donde confluyeron artistas e intelectuales. Confluencia que explica un poco el progresivo paso de un marxismo materialista a uno culturalista. Transición que le dio forma al nuevo opio de los intelectuales, el multiculturalismo anti-pluralista.

 

A pesar de que el marxismo cambie de etiqueta, su concepto de revolución sigue manteniendo un encanto. Encanto que radica en la idealizada figura del rebelde que lucha por causas nobles. El buen revolucionario. La idea de revolución destila nostalgia –Raymond Aron termina diciendo– que el gusto por esa palabra es “…porque tienen la ilusión de prolongar o reeditar la grandeza pasada.”[1]

 

Este mito incentiva la nostalgia como política de Estado. Bien sea para despertar viejos odios, o, rememorar la grandeza heroica de la nación. A pesar del internacionalismo del marxismo, sus mitos políticos ensalzan los nacionalismos. ¿Y en qué sentido la palabra revolución puede despertar tal nacionalismo? Responde Raymond Aron: “La expresión suscita emociones, apela a los recuerdos o a los sueños; nadie sabría definirla.” Sueños que moviliza a fanáticos con un ingenuo optimismo político, por lo que Aron agrega, que la revolución termina siendo “Idealizante e indiferente a las instituciones, crítico sin indulgencia de la vida privada, y rebelde, en política, a las consideraciones razonables” [2].

 

Este comportamiento hacia la política precisamente es lo que atrae a los artistas a la causa revolucionaria. Y en tal sentido ¿Cómo es que ocurre esa confluencia entre intelectuales y artistas en el opio marxista? Por el concepto revolución dice Aron. De este concepto «Se ha beneficiado ante todo con el prestigio del modernismo estético. El artista denuncia el filisteo, el marxista a la burguesía. Pueden creerse solidarios en el mismo combate contra el mismo enemigo. Vanguardia artística y vanguardia política han soñado a veces en una aventura común en pro de la misma liberación.”[3]

 

Esa ingenuidad política que acerca a los artistas a la vanguardia política revolucionaria, es lo que permite poner a disposición a especialistas simbólicos que manipulan las representaciones culturales. Una imagen, un símbolo o una canción, pueden ser más sugestiva que un extenso tratado doctrinario. Las expresiones artísticas apelan directamente a las emociones. Dando mayor eficacia simbólica a los mitos políticos.

 

El inconformismo moral es lo que le da prestigio a la revolución. El buen revolucionario se convierte en un estereotipo idealizado del noble rebelde. La imagen de un Robin Hood moderno termina siendo llamativo para tareas tan sedentarias como las que llevan los intelectuales y los artistas. El opio marxista no agota sus embrujos. Tal como nos señala Aron, este inconformismo moral lo retrata la crítica a la religión que hizo Marx a Feuerbach “La crítica de la religión conduce a la crítica de la sociedad ¿Por qué concluiría esta crítica necesariamente en el imperativo revolucionario?”[4]

 

Al recordar la hipercrítica de Michel Foucault cuando valora la revolución iraní en los 70’, su apreciación tuvo como trasfondo una crítica a la moral occidental, de algún modo trastocaba las bases religiosas de lo civil carcomiendo al mismo tiempo los principios que sostienen las democracias modernas.  Al vulnerar esas bases que definen nuestras relaciones sociales, económicas y políticas, las destruye, la revolución abre espacio para llenar el vacío.

 

En estas organizaciones que establecen los intelectuales, los artistas juegan un papel importante en la masificación del opio de los intelectuales. Téngase en cuenta la fuerza del movimiento de la nueva canción latinoamericana. Sacando con pinza todo su romanticismo ¿Qué queda? La dialéctica del rico contra el pobre y el persistente fantasma del imperialismo. ¿Cuál es su trasfondo? Fomentar el odio y el resentimiento en nombre de una reivindicación victimista. No hay espacio para la moderación. Según su narrativa, siglos de dominación exigen acciones radicales. Impulso fanático por defender la igualdad a la que llama la revolución marxista.

 

Y los literatos, ¿Qué papel juegan figuras como Eduardo Galeano? Letras que forjaron una complicidad del odio poniendo siempre en guardia a sus más adeptos fanáticos. Una intersección de dos fuerzas construyen un prestigio. Aron agrega:  «Entre la vanguardia literaria y la vanguardia política, actúa la complicidad del odio experimentado contra el orden o el desorden establecido. La Revolución se beneficia con el prestigio de la Rebelión”[5].

 

La organizaciones intelectuales precisan de miembros especialistas en diversos ramos de la manipulación simbólica. Los artistas y literatos completan la matricula. Las pasiones políticas son desbordadas ante sectores sociales anhelantes de un relato. Héroes que sirvan de modelo normativo para que digan cuál es ese “deber ser”. La metafísica de la rebeldía proporciona una narrativa reivindicativa. Pero ¿En qué consiste esta metafísica presente en el mito de “la” izquierda y el mito de la revolución? ¿Por qué significa un elemento central del opio de los intelectuales?. Raymond Aron nos señala que:

 

“La rebelión metafísica niega la existencia de Dios, los fundamentos que la religión o el espiritualismo daban tradicionalmente a los valores o a la moral. Denuncia lo absurdo del mundo y de la vida. La rebelión histórica acusa a la sociedad como tal o a la sociedad actual. La una conduce con frecuencia a la otra, ni una ni otra conducen inevitablemente a la Revolución o a los valores que pretende encarnar la causa revolucionaria.”[6]

 

Ante el hipercriticismo que barre con todo los valores establecidos se necesita establecer un promisorio sustituto. La metafísica de la rebelión está al servicio. Pero la revolución le da un significado a la historia, al mundo, a la vida, a la humanidad. De allí, la diferencia entre el rebelde y el revolucionario. Así que le pedimos a Aron que nos amplié en qué radica la diferencia entre uno y otro, diciendo que: “Determinado rebelde ve en la acción en si el término de un destino sin objeto, tal otro sólo ve en ella una diversión indigna, tentativa del hombre para disimularse a sí mismo la vanidad de su condición.”—en otras palabras.— “El revolucionario, no el rebelde, posee la trascendencia y el significado, el porvenir histórico”[7]

 

No obstante, como decíamos, el mito de la revolución también desvirtúa valores. En ella radica una doble moral. Y los intelectuales lo expresan, porque como nos explica Aron: “A partir de la derrota de los fascismos, la mayoría de los intelectuales de la Rebelión y todos los de la Revolución testimonian un conformismo irreprochable. No rompen con los valores de las sociedades que condenan.”[8]

 

El intelectual hipercrítico, por más que condene su realidad, disfruta de sus beneficios, de esa laica sacralidad que se le confiere. Pero la distinción entre el revolucionario y el rebelde resulta necesaria. Ya que si se depura de su contenido metafísico, los rebeldes pueden ser visto en su justa proporción social e histórica. ¿Acaso los espíritus talentosos y dispuestos a la invención no necesitan de cierto inconformismo rebelde para mejorar el vigente estado de cosas? El cambio histórico también necesita rebeldía, no su metafísica. Por ello Raymond Aron observa que más bien “…los revolucionarios del tipo stalinista traiciona, en efecto, el espíritu de rebeldía.”[9]

 

La historia del hombre en el transcurrir de los tiempos, su paso de la barbarie a la civilización, terminó mostrando una fuerte resistencia al cambio[10]. La rebeldía es un componente para llevar a cabo las transformaciones históricas. Por eso concluyamos con una reflexión del propio Aron: “El auténtico occidental es el que sólo acepta totalmente de nuestra civilización la libertad que le permite criticarla y la oportunidad que le ofrece de mejorarla.”[11]

 

Referencias

[1] Raymond Aron: El Opio de los intelectuales. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte, 1961. p. 50.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ibíd,  p. 54

[5] Ibíd, p. 55.

[6] Ídem.

[7] Ibíd, p. 56.

[8] Ídem

[9] Ibíd,  p. 56.

[10] Tesis que sostiene el historiador Bernardino Herrera. Para profundizar en sus planteamientos consúltese su tesis doctoral. Comunicación e instituciones: Una teoría del cambio histórico. (Tesis para optar al titulo de Doctor en Historia). Tutor: Alberto Navas Blanco. Universidad Central de Venezuela. Facultad de Humanidades y Educación. 2017.

[11] Aron, Op. Cit. p. 64.

Imagen: Obra «La necedad de los inocentes», de Francisco de Goya

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