
09 Feb Paradojas de la utopía que pervierten el “contrato social”
Jhonaski J. Rivera Rondón
Pareciera que las paradojas nos llevaran a irremediables contradicciones, de allí que por paradoja de la utopía referimos a los presupuestos sociales, políticos y económicos de los relatos y proyectos utópicos que son considerados como positivos, pero que aplicados a la realidad terminan creando el efecto contrario al deseado.
Un ejemplo histórico de esto ocurrió con las predicciones de la obra, El año 2440, publicada entre 1770-71 por el escritor Louis Sebastien Mercier, quien en la prospectiva de 700 años de París, insinuó el atractivo de un sistema de control represivo que tocaba los linderos del terror,resultando posteriormente que en la época del Terror de la Revolución francesa, ese mismo sistema que avizoró Mercier se volvió en su contra[1].
No obstante, las distopias del siglo XX, como las de George Orwell y Aldous Huxley, parecieran haber no solo identificado la paradoja de la utopía sino haberla superado. Direccionaron así la crítica para llamar la atención sobre las tendencias negativas que adquirían los sistemas de gobierno que pervivían en la segunda mitad del siglo XX. De allí que la prospectiva distópica más que idealizar un porvenir, advertía sobre el mismo, retomando la función histórica de la crítica utópica cuando cuestionaba el presente mediante los no-lugares.
Y precisamente en el carácter crítico de las utopías reside su historicidad, porque por más imaginaria que sea la historia, tiene como trasfondo propuestas en donde el escritor utópico no solo cuestiona el entorno que lo rodea sino que plantea un estado ideal que mejora la condición actual de la sociedad.
No resulta extraño que fuera con Tomás Moro (1478-1535) con quien se reavivará la literatura utópica a comienzos del siglo XVI, con su obra, Utopía (1516). La paradoja utópica que surgió de este relato en torno a su concepción de la propiedad, es tema del ensayo de hoy. Antes Pero resulta necesario hacer énfasis en la historicidad de la obra utopía, y especialmente en la intención del autor.
Tomás Moro estuvo inmerso en el humanismo renacentista de Europa, y eso lo llevó en diferentes obras condenar persistentemente la degeneración política de la tiranía. Tal postura lo hizo mantenerse fiel a sí mismo hasta el final, fiel a sus convicciones y creencias, manteniéndose firme incluso ante el poder absoluto del rey, Enrique VIII, lo que lo llevo a su decapitación en 1535, y más como un mártir, resultó ser más bien un acto de parresía, asumir el riesgo de amarrarse la verdad al corazón exponiendo la vida a la avasalladora fuerza del poder absoluto del monarca.
Asimismo, la literatura utópica que inauguraba Tomás Moro cumplió una función histórica en los tiempos de la monarquía absolutista en Europa, tales relatos imaginarios servían para cuestionar y criticar el poder de manera indirecta. No obstante, en algunos casos, eso no salvó a muchas obras de la censura, incluso llevó a ciertos escritores a la situación de parresia. Pero a pesar de que los tiempo han cambiado, aún hoy, en regímenes autoritarios y totalitarios, validar y reivindicar una verdad no deja de tener un precio mortal, lo que antes fue el monarca ahora los son los demagogos y populistas, que al ser representantes de la voluntad general del pueblo pueden arrasar con toda “egoísta” individualidad que se resista a su pretensión de totalizar.
Siguiendo la trama de Utopía, es notoria la pretensión de retratar una politeia al estilo de su antiguo predecesor, Platón. De esta manera la asociación del viajero Rafael con Ulises y Platón alude simbólicamente al voluntarismo necesario para alcanzar ese estado ideal[2], de allí que Utopía insertara subrepticiamente la capacidad de movilización que puede implicar la realización de un modelo ideal utópico. Voluntarismo que fue abiertamente expresado siglos posteriores por proyectos revolucionarios.
Esa referencia a Platón también permite entender el predominio de valores colectivistas e igualitarios que dan forma al gobierno ideal de Utopía. Asimismo el relato pareciera centrar su atención a los problemas de la desigualdad y la pobreza. De este modo la literatura utópica iba generando un peligroso cóctel de ideas, especialmente cuando condena el lucro y la riqueza, tal como lo expresa el siguiente fragmento extraído:
“Por todo esto, cuando dirijo la mirada a tantas naciones hoy floreciente, no puedo considerarlas –y que Dios me perdone– sino como la conspiración de los ricos que, a la sombra y en nombre de la república, sólo se ocupan de su propio bienestar, discurriendo toda clase de procedimientos y argucias para seguir en posesión de lo que adquirieron con malas artes, sin temor a perderlo, y para beneficiarse con el menor coste posible del trabajo y esfuerzo de los pobres y abusar de ellos. Y cuando consiguen que sus maquinaciones se manden observar en nombre de todos y, por tanto, también en el de los pobres, las ven convertidas en leyes.”[3]
En el tiempo de Tomas Moro esta crítica pudo tener relevancia, pero la paradoja utópica que presenciamos en la actualidad manifiestan cómo estas ideas han degenerado en movimientos políticos vengativos, resentidos y victimistas, que han llevado al poder a populistas que instauran un poder personalista.
Así también el lenguaje marxista resulta representativo en esta paradoja utópica, porque en esta contraposición entre ricos y pobres el materialismo histórico universalizó el conflicto como lógica inherente al cambio histórico, rindiendo culto irrestricto a la violencia.
Asimismo cuando en Utopía se toca el punto de la propiedad, la paradoja utópica sale a relucir. Y en su relato Tomás Moro decía que los utopienses tenía una propiedad común, sin que esto necesariamente implique que la propiedad colectiva inmovilice el dinamismo económico, agregando que “en ninguna parte había visto pueblo mejor ordenado que aquel.”[4] Cuando hacemos un breve recorrido histórico sobre los experimentos políticos y económicos que han llevado los “organizados” y planificados planes quinquenales de regímenes comunistas como el Soviético y, especialmente la China de Mao, los costes de vidas humana que significó la colectivización de la propiedad y la incisiva gestión “ordenada” muestran la paradoja utópica de Tomas Moro una vez más.
De la propiedad colectiva se conecta a otra serie de valores que van en perjuicio de la dinámica normal de un mercado libre, incluso de la economía misma, y por ello valdría señalar otra paradoja utópica de Tomás Moro. Cuando se trata de encontrar alguna explicación de la degeneración social en la que vive el autor utópico, y que la contrapone al orden ideal de Utopía, aseveró que:
“Pues ¿quién ignora que el fraude, los robos, las rapiñas, las disputas, los motines, los insultos, las sediciones, los asesinatos, las traiciones, los envenenamientos, cosas todas que pueden castigarse con suplicios pero no evitarse, desaparecerían con la desaparición del dinero, de igual modo que se desvanecerían el miedo, las inquietudes, los trabajos y los desvelos? La pobreza misma, que para muchos radica en la falta de dinero, disminuiría si éste no existiese.”[5]
La erradicación del dinero como un modo de aniquilar la pobreza termina siendo una propuesta un tanto radical, pero ello no significó que fuera asumida por proyectos revolucionarios como el del socialismo del siglo XXI. Según entre las propuestas de uno de sus ideólogos, Heinz Dieterich Steffan, él planteó básicamente una regresión económica, pero al fin y al cabo utópica, al suprimir el dinero cuando propuso su economía planificada de la equivalencia, la cual mide todos los productos según el tiempo de trabajo, sin importar en la calidad del producto sino solo en el número de horas cuantificado en tal producto[6]. Y fue así lo que permitió al difunto presidente Hugo Chávez proponer el trueque como nuevo modo de intercambio que remplazara al “pervertido” capitalismo[7].
Y precisamente el caso venezolano, así como otros tantos ejemplos históricos del socialismo y comunismo muestran la paradoja utópica del igualitarismo y el comunitarismo, en donde creyendo que la erradicación del dinero suprime todos los males sociales, y destaca el mayor oxímoron del pensamiento utópico de Moro cuando sostuvo que: “Por lo cual juzgo prudenticisima e irreprochablemente las instituciones de Utopía, país en el que todo se administra con pocas leyes y tan eficaces que, aunque permiten la virtud por estar nivelada las riquezas, todos existen en abundancias para todos”[8]
Ciertamente pocas leyes parecen ser más eficaces que pesadas legislaciones que pretenden normatizar todos los aspectos del comportamiento personal y social. Pero la nivelación de las riquezas de Utopía parte de una ética de la redistribución, por lo que la puesta en marcha de tales políticas a la realidad lo que ha terminado haciendo es aniquilar la riqueza de un país y empobrecer a gran parte de la población.
Llegados a este punto, es necesario dar nuestras reflexiones al respecto. En ningún momento el análisis sobre las paradojas utópicas aquí presentadas ha consistido en enjuiciar a Tomas Moro como el “origen” de los males ideológicos socialistas. No, hay que recordar la historicidad de Utopía, esta obra tiene que ser pensada históricamente dentro de la tradición humanista del Renacimiento, especialmente tener en cuenta la amistad con Erasmo de Rotterdam, quien escribió en 1516 Instituta Principis Christiani, opiniones concertadas que quisieron pensar una Europa regida sin reyes absolutos.
No obstante, como ya hemos dicho, no existen ideas inmutables, sino problemas similares con respuestas diferentes a lo largo del tiempo. Y ciertamente, la significación histórica de Utopía es que surgió en la aurora de la Modernidad, y de allí que sea inherente a ella. La utopía a lo largo de estos cinco siglos que han transcurrido desde su publicación ha dejado problemas inherentes a la condición existencial del hombre moderno, cuya autenticidad radica en lo que señala Raymond Aron: “…acepta totalmente de nuestra civilización la libertad que le permite criticarla y la oportunidad que le ofrece de mejorarla.”[9]
Especialmente en el transcurrir de los siglos XIX y XX la utopía ha tenido encuentros y desencuentros con los proyectos revolucionarios, y de allí su vinculación con “la” izquierda, hasta bien llegado el año de 1991, lo que le valió su desacreditación tras la caída de la Unión Soviética. Y precisamente allí es donde la paradoja utópica de Tomas Moro sale a relucir, en el intento de llevar contenidos positivos de la utopía a la realidad, el cual tiene efectos negativo, y bastante tinta ha corrido que explican la razón de porque la colectivización y el igualitarismo como principio rector de la planificación económica han fracasado.
Pero lo que deja la paradoja utópica de la Utopía de Tomás Moro es la persistencia de aspectos problemáticos de la ideología del “contrato social” respecto a la propiedad colectiva, una cuestión que ni el socialismo, ni el marxismo parecieron superar. Sino más bien al acoplarla con pretensiones revolucionarias, fermentaron al futuro de un extraño aroma nostálgico que lo que terminó demostrando que los proyectos revolucionarios lo que buscaban era más una regresión que un progreso civilizatorio, tal como lo muestran las paradojas utópicas de la propiedad colectiva y la erradicación del dinero. Por esto es que el pensador Zygmunt Bauman hable de retrotopias[10].
Esta forma de regresión que plantea la revolución muestra como posturas fanáticas que han derivado de la militancia política de estos proyectos radicalizados terminan siendo una alternativa vía religiosa, para llenar de algún modo esa desilusión metafísica de la que habló Paul Tillich[11]. Y de allí que se invoque el terror y surja el mal en política, tal como explica el filósofo Denis Rosenfield cuando explica la incompatibilidad entre el Estado “utópico” ideal y la libertad y autonomía:
“La vía de lo suprasensible no es una vía política, sino religiosa. Querer realizar una verdadera “politeia” sobre la Tierra es un proyecto insensato, pues ésta no puede existir sino en el cielo. Acercar el reino de los cielos es la tarea de un alma disociada del espíritu y no de la acción política humana. El concepto de un Estado de la razón no corresponde ni conceptual ni políticamente a la naturaleza humana. Como máximo, el Estado puede aspirar a esta unidad sabiendo que no la lleva en sí. Toda confusión entre dos planos puede ser nefasta para la libertad. Aspirar a esta unidad ética y ser esta unidad son dos niveles distintos que la acción política no debe confundir, so pena de poner en peligro la libertad y de abrir el camino al despotismo.”[12]
Y precisamente las paradojas utópicas ocurren por esta disociación de lo ideal con lo real, pretendiendo reproducir de forma perfecta la ciudad celestial en la tierra. Pareciera que en el fondo la retórica marxista, socialista y comunista en sus diversas variantes escondieran esta pretensión de trascendencia religiosa con sus proyectos revolucionarios.
El fanatismo militante persigue insistentemente ese ideal al querer transformar completamente al hombre, y aquel que se resista hay que erradicarlo, porque es un obstáculo a la meta final de la sociedad sin clases. Como hemos dicho en otra oportunidad, los marxistas, los comunistas y los socialistas no son los únicos capaces de soñar por un mundo mejor, sino eso ha sido parte inherente del hombre occidental, cuya crítica le ha permitido en un estado mejor, y logros ha conseguido, sin valerse de la necesidad de los otros para llegar a mejorar su estado actual, a diferencia de las hipócritas propuestas revolucionarias que muchos demagogos y populistas han prometido, valiéndose del temor para manipula las esperanzas de la gente.
Las utopías más coherentes a nuestros tiempos parecieran las de Isaac Asimov, como la expuesta en Sol desnudo[13]. En donde algunos mundos alberga una poca cantidad de personas y cada una vive encerrada en el mundo de su individualidad sin implicar alguna soledad, porque las comunicaciones lo permiten. Esta perspectiva parece ser revalida por la propuesta del filósofo Byung-Chul Han[14] cuando habla sobre la actual crisis temporal, en donde las condiciones actuales no vivimos necesariamente una aceleración del tiempo, sino una atomización de ella, lo que implica que dado a las condiciones actuales cada una desde su individualidad ha llegado a personalizar incluso el ritmo temporal.
Y hay que recalcar, a mayor atomización no necesariamente mayor individualidad, sino otro modo de socializar. De este modo, las paradojas utópicas que resguarda la Utopía de Tomas Moro han mostrado los aspectos problemáticos que aún resguarda los aspectos ideológicos de nuestra concepción del “contrato social”.
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