La Crisis del Estado y políticas públicas en Venezuela. Perspectiva histórica. II Parte

Ramón Rivas Aguilar

 

El siglo XX, fue el siglo de la república, fue el siglo en que se le asignó al Estado un papel destacado en la conducción del proceso económico nacional. Así mismo, ese Estado asumiría la responsabilidad histórica de promover políticas sociales para atacar los problemas fundamentales en materia salud, educación, de infraestructura, de cultura, que constituiría las fuentes para el progreso material y cultural de los venezolanos. En ese sentido,  fueron los gobiernos autoritarios y civilistas que se desplegaron entre 1899 y 1998, respectivamente,  que hicieron de Venezuela la Venezuela moderna a tono con los tiempos históricos. Una Venezuela moderna que ocupó un lugar de importancia histórica, civilista y geopolítica en el escenario mundial. Sin duda alguna, esto representó con relación al siglo XIX un cambio estructural, una revolución política, jurídica, institucional, económica, social y cultural cuyo eje central descansó en el Estado como palanca y planificador de la cooperación social. El Estado moderno no sólo promovió la economía sino al mismo tiempo estimuló políticas sociales que antes estuvieron en manos de la familia y del sector eclesiástico. Todo esto, en sintonía con el nuevo rol del Estado, independientemente de gobiernos e ideologías, propiciando el desarrollo nacional tanto en el hemisferio Occidental como el Oriental.

 

El  siglo XX  planetario se le puede definir como el siglo del culto al estatismo, de los adoradores del intervencionismo, del colectivismo, del totalitarismo, del socialismo, del comunismo, del democratismo, del Estado Benefactor, que dio como resultado el reemplazo de la acción humana, de su creatividad, de su innovación y de su empresarialidad por el Estado paternalista.

 

Dentro de ese marco, las élites políticas, intelectuales, culturales y militares concibieron el Estado como el ente planificador, orientador y canalizador de la sociedad hasta llegar al gobierno bolivariano y revolucionario que produjo una gigantesca estatización de la vida económica y espiritual de la nación. Una totalización de nuestras vidas, en manos de una persona, en manos de un culto. En fin, en manos del patrón amo.

 

Un poco de historia. Las figuras militares de Castro y Gómez, expresión histórica de la revolución liberal restauradora (1899-1935), constructores del Estado moderno y pacificadores del país. Una conquista histórica que abrió a la nación hacia un proceso de modernización en correspondencia con el espíritu de los tiempos. Un país pacífico que potenció la importancia del capital internacional que dio origen a la expansión y consolidación de la industria petrolera del país con unas consecuencias extraordinarias para el porvenir de la provincia de Venezuela. Se forjó un Estado moderno, con un ejército profesional que monopolizó la violencia organizada y los recursos derivados de la renta interna y de la renta petrolera. Así se impulsó un conjunto de reformas políticas, jurídicas, sociales, económicas, culturales y diplomáticas que transformó a Venezuela en un país moderno. Además, este Estado moderno contó con una ideología, el culto Bolívar, simbolizado en la imagen de Gómez como el gran pacificador y restaurador de la paz.

 

Con Castro y Gómez, Venezuela entra al siglo XX. Dejaron un país pacífico, modernizado, sin deuda externa, y una diplomacia sin belicismo y sin  guerrerismo. Una diplomacia inteligente, audaz para promover el capitalismo en Venezuela. Por supuesto, en el marco de un régimen autoritario.

 

Con la muerte de Juan Vicente Gómez, el 17 de diciembre de 1935, se inició un periodo histórico que determinó el tránsito de un régimen autoritario a un régimen legal. Le correspondió a los Generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita conducir esta transición histórica con aciertos, con limitaciones y contradicciones, como son todos los eventos históricos. Asimismo, de forma sistemática se promovió el capitalismo bajo la impronta del Estado a través de los ingresos petroleros y de unas políticas económicas racionales con efectos positivos en el tiempo. Por lo que el Estado desde el punto de vista político, jurídico e institucional asumió la responsabilidad de planificar y conducir el desarrollo económico del país. El intervencionismo y el rentismo para la profundización del mercado nacional.  De igual modo,  echaron las bases de unas políticas sociales que contribuyeron  al  mejoramiento de la vida de los venezolanos en el ámbito  educativo, sanitario y cultural. El Programa de febrero (1936) y el Plan Trienal (1938) contemplaron tanto los aspectos económicos, sociales y culturales. Todo esto,  bajo el control de la institución castrense como factor de estabilidad y unidad nacional. Además,  contaron  con  una ideología bolivariana que representó  los símbolos de la  paz y la seguridad del país. Sin embargo, esa generación de militares y civilistas tuvieron  una limitante histórica: no  creían  en  la democracia como opción política para estimular la alternabilidad y representatividad de los poderes  públicos. No  se debe olvidar  que en esa élite desde el punto de vista sociológico y cultural estaba presente como  creencia la imagen del cesarismo democrático. Lo que impedía, en definitiva, la cristalización de un verdadero régimen democrático. Ellos tenían temor de perder el poder que habían ejercido por más de 45 años. En otras palabras, el nacimiento y la proyección de la generación del 28, Un nuevo factor político e ideológico con nuevas miradas y perspectiva sobre cómo debería ser el rol del Estado, la forma de gobierno y de sociedad, respaldado por una ideología de  democrática y civilista.

 

Así pues, se abrió una era de conflicto histórico entre una ideología que respaldaba la institución castrense como conductora de la patria y un esquema de gobierno civilista y democrático como garantizador de la convivencia pacífica de la nación. Este conflicto tuvo un desenlace histórico con el estallido  del 18 de octubre de 1945. El 18 de octubre de 1945 el acontecimiento histórico de mayor trascendencia política en el siglo XX. Nace la democracia venezolana. En tres años se delineó una arquitectura política e institucional que dio nacimiento a un nuevo sistema político de contenido republicano, civilista y democrático. Se demostró que era posible el desarrollo del capitalismo en el marco de instituciones libres, en el que el Estado ocuparía un lugar central como planificador  de la economía y  de las  políticas sociales que favorecería  al venezolano en los distintos campos: educación, salud, vivienda y cultura etc. Rómulo Betancourt fundador de AD y presidente provisional de la junta revolucionaria 1945-1948, como político e intelectual entendió que la democracia era el camino y que ésta contribuiría desde el Estado con la renta petrolera a fortalecer las políticas sociales para mejorar la vida material y espiritual de los venezolanos. Las políticas sociales, que se impulsaron en ese periodo, contribuyeron no sólo a mejorar el bienestar de la sociedad al fomentar la educación y la profesionalización de los ciudadanos sino que también ello incidiría en el desarrollo económico del país. En ese  periodo se  propiciaron  tres procesos electores  mediante el sufragio directo, secreto y universal  (elecciones para elegir a los representantes a la Asamblea nacional Constituyente;   para elegir al Presidente de la República y los  consejos municipales) Asimismo, la expansión sistemática de la economía con una participación activa del Estado como planificador del desarrollo nacional. Finalmente, una diplomacia democrática y civilista  contra  toda forma  de autoritarismo.

 

Pues bien, el 24 de noviembre de 1948, un golpe de Estado interrumpe el proceso democrático iniciado el 18 de octubre de 1945. Se impone una férrea dictadura por una década. Una dictadura que hizo de la institución castrense el conductor de la estabilidad política de la nación con una doctrina bolivariana denominada la doctrina del nuevo ideal nacional. Aun así, no se puede dejar de resaltar algunos aspectos positivos en  esa década, como la profundización  de un sistema de vialidad que  aceleró  la unificación geográfica del territorio nacional;  el fortalecimiento de  la industria petrolera con impactos significativos en el mercado petrolero del hemisferio occidental. Sin negar, por supuestos, políticas sociales que garantizarían  el bienestar de la sociedad. Es importante destacar que  se acentuó el rol del  capitalismo de Estado en la conducción del desarrollo  nacional. En  ese orden de ideas, contó con una  ideología impregnada del cesarismo democrático que pretendía   eliminar la posibilidad  en el venezolano de vivir en democracia. El venezolano moral y físicamente no estaba apto para vivir en un  régimen de instituciones libres. Cuando se creía que el país estaba al borde del abismo, despertó el 23 de enero de 1958. Los hombres de la dictadura, no tuvieron la menor idea de que  en  el venezolano se albergaba el sentimiento libertario y civilista.

 

El espíritu democrático del 23 de enero de 1958, se expandió, se fortaleció y se consolidó en el tiempo hasta su declinación histórica en el año de 1998, cuando las élites políticas no comprendieron en su justa dimensión política lo que representaría, en definitiva, el inicio de un ciclo ideológico con pretensiones radicales y revolucionarias con el objetivo de cambiar el rumbo de la nación hacia otras perspectivas de dimensiones colosales para el porvenir de Venezuela.

 

La importancia de este periodo tiene un extraordinario aval histórico que se reveló en la riqueza política e intelectual de dos documentos históricos: el Pacto de Punto Fijo (30 de octubre de 1958), firmado por los grandes partidos políticos democráticos, AD, Copey, URD con sus líderes más prominentes Don Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. De igual modo, un programa de gobierno, aprobado y firmado por los tres candidatos de partido que optaron por la presidencia de la república, en las elecciones presidenciales del mes de diciembre de 1958 (Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Wolfang Larrazábal). Esos documentos históricos revelan por un lado, los principios y los fundamentos de la defensa de la democracia y de  su constitucionalidad contra toda forma de autoritarismo, por un lado. Por el otro, se le asigna al Estado un papel fundamental en la planificación del desarrollo nacional. Y, finalmente, prioridad a las políticas sociales para promover el capital humano del venezolano con impacto en la vida económica de la nación. Junto a estas medidas, de forma sistemática se establecieron las bases de una política fiscal, hacendística, cambiaria y monetaria, agraria e industrial que permitiría  el desarrollo económico, social y cultural. De la misma manera, la instauración de una política internacional en defensa de la democracia contra todas las modalidades del autoritarismo.

 

A pesar de la cantidad de golpes de Estado que se suscitaron en ese periodo y de la presencia mundial de la subversión en el país; a pesar de ello, se preservó con dignidad y coraje el fervor republicano y civilista de una nación, de una tradición anclada  en lo más profundo del quehacer vital. Así, se  promulgó  la constitución de 1961;  se aprobó  la reforma agraria en 1960; se estimuló la  expansión de la infraestructura física, educativa, sanitaria y cultural, todo bajo la impronta del poder del Estado y de la renta petrolera. No se puede negar que esos gobiernos democráticos le dieron importancia vital a la educación, salud, vivienda, al empleo que favorecieron  la calidad de vida del venezolano. Frente a ello, ese liderazgo político no percibió como el Estado se expandía a lo largo del tiempo con consecuencias negativas en la vida nacional.

 

Imagen: «Trabajos de instalación de las cloacas en la Av. 3 con plaza Bolívar, bajo la administración del Gral. José R. Dávila. Nótese a la izq. la primera gasolinera que funcionó en Mérida. Es inédita. Foto: H. Benet (Agosto 1927)» Fuente:@jorgevillet

 

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