El principio de Solzhenitsyn: violencia y traumas políticos

Jhonaski  Rivera Rondón

 

Resulta conveniente comenzar con la idea del filósofo I. Kant a la que ya hemos hecho referencia con anterioridad y que en este momento resulta oportuno nuevamente retomarla. Recordemos que Kant fue un testigo reflexivo de la revolución francesa espacialmente  al enterarse de la ejecución de Carlos I y Luis XVI, lo cual le permitió distinguir entre asesinato y ejecución, concluyendo que en la primera, ciertamente hay un tipo de transgresión, que  no irrumpe contra la ley misma, en cambio, con la ejecución sucede todo lo contrario, ella se vuelve a la norma para ir “más allá” de la ley, por lo que: “‘la violencia marcha con la frente en alto y un principio se alza por encima del derecho más sagrado: es como un abismo que devora todo para siempre, tal como un suicidio del Estado, y este crimen parece no poder ser redimido por ninguna expiación’.”[1]

 

Las sucesivas experiencias históricas revolucionarias del siglo XX, así como las de la actualidad, han demostrado como se ha logrado transgredir sobre el valor más sagrado, la vida, llegando a violentar a los individuos y sus libertades, destapando así ese abismo contenido en la espiral de sacrificio que desemboca toda irrupción revolucionaria, entonces tanto la Unión Soviética, la China comunista y la Revolución cubana han sido el rostro oscuro de esa “violencia que marcha con la frente en alto”, sin mostrar señas de saciedad de sacrificio, tal como hoy nos muestra a los venezolanos el “Socialismo del siglo XXI”.

 

Estos regímenes han sido la muestra de cómo un acto de transgresión política es capaz de instaurarse como normativa fundamentada en su propia fuerza, en su propia violencia, y en su propia transgresión. Tal fenómeno parece recordarnos a lo planteado por el filósofo italiano, Giorgio Agamben, cuando habla del Estado de excepción[2]. Pero para mayor precisión la noción del mal tiene un potencial analítico, ya que “…en su acepción ético-política, pretende explicar, precisamente, esta transgresión de la libertad por el acto libre mismo, la perversión particular de las reglas universales o, también, el surgimiento de la violencia política en la historia.”[3]

 

Es así que la noción de mal permite hacer referencia a un fenómeno político de transgresión y violencia política llevada a cabo desde el Estado, el cual socava la libertad y la vida digna del hombre, y por tanto pervierte la naturaleza de las relaciones sociales mediante el miedo y la desconfianza. Además, con plena responsabilidad, sin dar muchos rodeos, la categoría de mal tiene la capacidad de decir las cosas por lo que son, sin incurrir en algún tipo de complicidad por una cobardía moral –tal como nos lo restregó la visita de Bachelet–. Con tal consideración se reniega de algún modo u otro ese silencio inmovilizador que pretende promover todo régimen socialista y totalitario.

 

De tal modo que con la categoría de mal reafirmo mi compromiso moral con la vida y la libertad, además de tomar su potencial analítico para hacer ejercicio de un pensamiento reflexivo que se ocupe de aquello que merece ser pensado, y no solo eso, sino también aquello que merece ser cuestionado, e incluso denunciado. En tal sentido, la noción de mal no omite tampoco los cruentos hechos que hemos presenciados los venezolanos tras sucesivos olas de violencia y represión en estos últimos años de chavismo. Por ello que reflexionar sobre el mal en la política sea una forma de honrar aquellas victimas que han padecido la espiral de sacrificios que ha demandado la ejecución revolucionaria  del socialismo del siglo XXI.

 

A continuación analizaremos el principio en el que se ha sostenido todo régimen socialista, y por tanto el régimen chavista, apreciando así como el terror ha sido una prolongación y perpetuación del mal en la política; y seguidamente, poder analizar el alcance que ha tenido el mal político de los regímenes socialista en sus víctimas, destacando así la vulnerabilidad de las libertades y envenenamiento de las relaciones de los individuos, y ante tal situación, podría dejarse en suspenso alguna respuesta posible para encontrar solución ante la fragilidad de los individuos frente al Estado.

 

El principio de Solzhenitsyn: De esta manera el filósofo Michel Foucault categorizó uno de las cincos formas de concebir las relaciones políticas modernas entre el poder y la verdad, y de tal modo el principio de Soizhenitsyn permite explicar el engranaje coercitivo y la proyección mediática que han tenido los regímenes socialistas, así como también el chavista.

 

En primer lugar, en este principio Foucault hace referencia a Alexandr Isáyevich Solzhenitsyn, quien publicó a comienzos de los 70’ el Archipiélago Gulag, dando a conocer la crueldad y el terror que se ocultaba detrás del lado soviético de la cortina de hierro. Y es así que con el principio de Soizhenitsyn es posible entender como el terror sirve de mecanismo de funcionamiento político, económico y social para los regímenes socialistas y comunistas, en tal sentido el mismo Michel Foucault nos explica:

 

…dice Solzhenitsyn, si los regímenes socialistas duran, es precisamente porque todo el mundo sabe. No es porque los gobernados ignoren lo que pasa, ni porque algunos de ellos lo sepan pero otros no; al contrario, porque lo saben y, en la medida en que lo saben y, en la medida en que la evidencia de lo que pasa está efectivamente en la conciencia de todos, las cosas no se mueven. En eso consiste justamente el principio del terror. El terror no es un arte de gobernar que se oculta, en sus metas, sus motivos y sus mecanismos. El terror es precisamente la gubernamentalidad en estado desnudo, en estado cínico, en estado obsceno. En el terror, lo que inmoviliza es la verdad no la mentira. Es la verdad la que congela, es la verdad la que,  por su evidencia misma, por esa evidencia manifiesta por doquier, se hace intangible e inevitable.”[4]

 

Y es esa verdad del terror que refiere principio de Soizhenitsyn en la que se sostiene la maldad de estos regímenes, ya que por un lado utiliza toda la maquinaria propagandística para trivializar las ejecuciones, al mismo tiempo que se aprovecha de las diversas formas de complicidad que genera una moral gris a nivel internacional ante la (im)posibilidad de alguna resolución ante tal situación, y la ONU ha sabido engalanar esa “cualidad” (en el caso que se quiera encubrir la cobardía como virtud) ante la situación de los venezolanos, y como recientemente Bachelet nos lo hizo entender.

 

Así también, el mal en la política encuentra en el terror la marca indeleble que deja en sus individuos gobernados ante la intesificación de la violencia política, en el cual los venezolanos hemos sido continuamente testigos estos últimos ocho años en Venezuela, tras continuas protestas de inconformidad desde el 2013 en adelante, la acentuación de la crueldad del gobierno en momentos donde ha tambaleado su poder, trayendo concigo no solo el silencio del miedo, sino la inmovilización y paralización de toda una sociedad. De tal modo que por más paradójico que paresca, entre más detalles conozcamos sobre las crueldades e injusticias contenidas en la violencia contra las victimas políticas, tales como recientemente hemos conocido con Rufo Velandria y la cruenta muerte del capitán Rafael Acosta Arevalo, más lo utiliza el régimen para  infundir su terror, y llevar así un acto de violencia política de mayor alcance.

 

El peligro que subyace al promover la verdad-terror del mal del socialismo es que ante una flaqueza moral y política de la oposición política, ello da espacio a que tanto Jorge Rodríguez y el resto del chavismo tengan a la mano el principio de Soizhenitsyn, por lo menos así nos lo ha hecho ver la MUD y Juan Guaido en Venezuela. Entonces, tal oposición se convierten en cómplices y traficantes del terror del régimen socialista. Pero ¿hasta qué punto puede llegar a penetrar ese terror socialista en el fuero interno de los individuos? Veamos a continuación.

 

El trauma político: Por lo menos la especificidad del trauma generado desde la violencia política genera un ambiente de constante acechanza y peligro, en el que el miedo envuelve constantemente el entorno del individuo, y precisamente este es el tipo de violencia a la que quiere llegar a alcanzar el principio de terror-Soizhenitsyn, llegando a esparcir un gas corrosivo del mal contra toda individualidad al encontrar que: “La amenaza política genera un tipo de violencia invisible muy difícil de eludir o evitar, ya que son las propias estructuras psíquicas de los sujetos las que los hacen vulnerables.”[5]

 

Esta usual sensación de constante asechanza, peligro y excepcionad ha sido el medio que ha encontrado para esparcir y hacer interiorizar en lo más profundo de la psique de los individuos el terror del socialismo. Este mal estructural genera incertidumbre y miedo crónico en los gobernados, en donde la cuestión no solo se reduce a la tortuosa búsqueda del alimento diario, sino también al miedo ante la amenaza contra la propia integridad física y los miembros más cercanos, porque en el socialismo toda persona es susceptible ante la avasallante maquinaria destructiva del Estado.

 

Este miedo crónico además define las propias relaciones sociales al promover la desconfianza, rasgo que se contrapone a la vitalidad y dinamismo del capitalismo, y es así que el terror no solo va generando desconfianza en la sociedad, sino infundes un sentimiento de soledad en los individuos.

De esta manera, con el principio de Solzhenitsyn los regimenes socialistas encontraron un modo de articular la violencia física, simbólica y discursiva que van dirigidas en contra “…de la autonomía y la dignidad”—llegando así a afectar en— “las experiencias subjetivas del hombre”(Trad. del a.)[6], y de este modo el socialismo llega a instaurar un mal estructural cuyo cimiento radica en lo más profundo de la psique de sus gobernados.

 

En el caso específico de aquellos quienes sufren en carne propia la ejecución que demanda la espiral de sacrificio revolucionaria son las que experimentan directamente una traumatización extrema, huella psicológica que queda en los individuos al estar expuesto, o cercanamente, a la violencia política del Estado, cuya especificidad radica en su intensidad y tiempo[7], de allí que las torturas y las aniquilaciones selectivas sean la materia prima del mal estructural del socialismo para expandir el miedo a costa del trauma de otros.

 

Entonces, el socialismo al encontrar en el hombre el medio para infundir el terror, hace que el mal político se impregne e interiorice en gran parte de la población, creando así un silencio sonoro en el que el terror crea una especifica certidumbre: “…se sabe a lo que se teme, pero no se sabe cómo defenderse de lo que se teme.”[8]

 

Y si habría que encontrar alguna solución al respecto, habría que enfocarse hacia esta última incertidumbre que se genera en el individuo, cómo defenderse, para dejar una respuesta abierta al respecto es necesario tomar algunas palabras de la pensadora H. Arendt: “…la forma extrema del poder es Todos contra Uno, y la forma extrema de la violencia es Uno contra Todos.”[9] Esta respuesta puede ser dejada en el espacio de comentarios, o bien, puede ser formulada en cualquier otro lado, sin importar donde este tal resolución, se debe tener en cuenta que la cuestión planteada en este Dossier esta sostenida en la preocupación sobre la fragilidad de la vida del venezolano que esta incerto en el “Socialismo del siglo XXI”.

 

 

Referencias

[1] I. Kant, Dm Meiaphysik der Sitien, edición de W. Weischedel, Band VIII, Francfort del Main, Suhrkamp Verlag, 1977, p. 442; traducción de A. Philonenko, París, Vrin, 1979, p. 204. Extraído en Denis L. Rosenfield: Del mal. Ensayo para introducir en filosofía el concepto de mal. México: Fondo de Cultura Económica: 1993. p. 89.

[2] Tal como lo expone el filósofo italiano G. Agambe en Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia-España: Pre-texto, 1998.

[3] Denis L. Rosenfield: Del mal. Ensayo para introducir en filosofía el concepto de mal. México: Fondo de Cultura Económica: 1993. p. 46.

[4] Michel Foucault: Del gobierno de los vivos. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014. p. 36.

[5] Maria Isabel Castillo Vergara: El (im)posible proceso de duelo. Santiago de Chile: Universidad Alberto Urtado, 2013. p. 17.

[6] Cass R Sunstein: The Ethics of Influence. Goverment in the Age of Behavioral Science. Cambridge: Cambridge University Press. 2016 [too that we care about violations of autonomy and dignity only insofar as such violations ffect people’s subjective experiences (e.g., by making them feel confined or humiliated).]p. 98

[7] Maria Isabel Castillo Vergara: Op. Cit. p. 47.

[8] Ídem.

[9] Cita extraída en Ibídem. p. 15.

Imagen: https://www.redfloridablanca.es/quienes-somos/

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