
02 Jun Se buscan gestores: apuntes sobre el liderazgo político postheroico en Venezuela
Elizabeth Manjarrés Ramos
Vivimos en una sociedad cuyo panorama político no se desarrolla en medio de un escenario bélico o épico cargado de dinamismo y coraje; más bien, la vida política actual en occidente se desarrolla en medio de un ambiente de pasillos y escritorios, caracterizado por el desánimo, la incredulidad y la desconfianza de las poblaciones gobernadas. Pese a que en apariencia nuestra política haga siempre uso del dramatismo y del discurso de la emoción, los tiempos han cambiado y vivimos en una sociedad postheróica en la cual las grandes figuras de los héroes, movilizadores de emociones y capaces de conseguir que multitudes estuviesen dispuestas a dar la vida por él y sus ideas, han ido desapareciendo. El prestigio, la confianza y la autoridad que gozaban los héroes se ha esfumado. Aunque en la retórica el discurso político sigue empleando un lenguaje heroico, maniqueo y bélico, lo cierto es que el tiempo de los héroes ya ha pasado para la mayoría de las naciones occidentales. La política actual se encuentra en medio de una situación de desencantamiento, nadie espera que sus líderes sean extraordinarios y que todas sus decisiones sean acertadas, podrán ser mejores o peores que otros, pero todos son reemplazables y cuestionables. Hoy los ciudadanos no pretenden que sus políticos realicen las hazañas y gestas heróicas que acostumbraban en el pasado, y tampoco invisten a sus líderes con la incuestionabilidad de entonces.
En la sociedad postheroica occidental la vida pública cobra mayor peso pues hay espacios para criticar a los líderes y cuestionar sus acciones; por tanto, el nuevo rol de los políticos implica una aceptación de la opinión pública y un acercamiento a la sociedad para aprender de sus demandas y a partir de allí gestionar el poder a través de las reglas del juego constitucional democrático. Los líderes democráticos, aunque siguen siendo piezas clave del sistema político, están anclados al ordenamiento burocrático y legal de las naciones, que les dejan un margen de actuación delimitado impidiéndoles llevar a cabo hazañas heróicas, espontáneas y/o unilaterales. Por tanto, los líderes actuales ya no son héroes, son gestores.
La política en Venezuela durante el siglo XXI, ha navegado contra corriente, y contrastando con la tendencia política occidental postheróica, ha sido una política de héroes y caudillos. Chávez con su primera irrupción pública, en el intento de golpe de estado del año 92, comenzó a forjar su imagen heróica y se revistió de un áura semidivina y mesiánica que con mucha habilidad y carisma acrecentó y explotó durante toda su trayectoria como presidente. En el imaginario de sus seguidores, Chávez ocupaba el lugar del héroe incuestionable. Al ser incuestionable, sus partidarios no le criticaron ni obligaron a apegarse a los márgenes de la legalidad; su retórica dramática, maniquea, déspota y absolutista fue aceptada por sus partidarios y se fue contagiando a toda la sociedad venezolana hasta el punto en que, incluso desde las filas de la oposición, se sueña con la emergencia de un héroe que mediante hazañas épicas arrebate las riendas del país al heredero de Chávez.
Quizá en ello estriba el fracaso del liderazgo opositor; la población venezolana –que desde sus albores republicanos tiene tendencia a apoyar los personalismos y heroísmos, basta con estudiar la figura de Bolívar en el imaginario venezolano– acuciada por el apremio que genera la crisis y por la premura del inmediatismo, no acepta como líder a un gestor que negocie una transición lenta, pactada y sin venganza épica. Los seguidores de la oposición esperan ser liderados por un héroe justiciero que recorra los cuarteles, las calles y las instituciones públicas arrebatando/recuperando el poder. Los años han pasado, la crisis se ha agudizado y este héroe liberador opositor aún no ha surgido, y probablemente no surja.
Sin embargo, aunque estas expectativas queden sin cubrir generando un inicial descontento –sobre todo entre quienes fueron víctimas directas del chavismo y del madurismo–, la vía del liderazgo político postheróico supone una opción más responsable y democrática, aunque ciertamente también es un camino más lento. La vía postheróica podría facilitar una transición controlada y/o pactada, que dé voz a ambos bandos políticos; sólo de esta forma se podrá instaurar una democracia medianamente sólida y aceptada por las mayorías. Aunque Guaidó en dos ocasiones claras intentó llevar a cabo acciones heróicas –la primera, el 23 de febrero de 2019, cuando intentó que las fuerzas armadas apoyasen el ingreso de la ayuda humanitaria, para demostrar su desobediencia al régimen madurista; y la segunda, el 30 de abril de 2019, cuando tras la liberación de Leopoldo López, Guaidó volvió a tentar a las fuerzas armadas a unirse a sus filas–, ambas han culminado en fracaso, socavando su autoridad y la esperanza de sus seguidores. Pese a las intenciones heróicas que se pueden leer detrás de ambas acciones, el fracaso de las mismas nos demuestra que estamos ante un cambio de ciclo en el imaginario político de los venezolanos; ha quedado claro que se requiere de gestores que lideren el cambio por una vía democrática y consensuada, entre pasillos y escritorios, que sea aceptada por el concierto de naciones democráticas occidentales. Por tanto, se necesitan gestores, no héroes para liderar una transición que, como todas, será lenta y negociada.
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