
12 May Notre Dame y la pobreza en el mundo:
Leonardo Osorio Bohórquez
La catedral de Notre Dame es un templo de culto católico, sede de la archidiócesis de París, la capital de Francia. Es un lugar famoso que atrae continuos visitantes y turistas debido a lo grandioso de su arquitectura, constituye un patrimonio cultural y es símbolo significativo de la fe cristiana.
Recientemente, el 15 de abril de 2019 ocurrió un inesperado accidente que quemó parte de la catedral. Ante tal situación distintas personalidades del mundo, en su mayoría millonarios, decidieron realizar donaciones para intentar recuperar tan importante hito arquitectónico y cultural.
Tales hechos provocaron la reacción de parte de la ciudadanía que ahora pueden libremente en las redes sociales expresar sus opiniones. La izquierda en el mundo como siempre, intenta sacar provecho político apelando a los resentimientos sociales o en el mejor de los casos, a los buenos sentimientos de las personas.
No fueron pocos los que argumentaron que en lugar de donar millones de dólares para la restauración de la catedral, ese dinero debería utilizarse para combatir la pobreza en el mundo. Dentro de la misma Francia, docenas de defensores de la vivienda pública protestaron frente a la catedral de Notre Dame de París para exigir que se recuerde a los más pobres de Francia después de que los donantes prometieron 1.000 millones de dólares para reconstruir la famosa iglesia.
El error esta en creer que el dinero regalado ayudará realmente a solucionar sus problemas. El análisis simplista obvia que en la restauración de la famosa catedral, también saldrán beneficios colectivos para los mismos franceses. Aumentaran las fuentes de empleo por el pago a arquitectos, ingenieros, albañiles, artistas, pintores, obreros, y demás trabajadores requeridos para lograr recuperar la Iglesia.
Como siempre el oportunismo y la crítica obvian esas realidades. El problema no termina solamente con los casos de los pobres en Francia, sino que trasciende sus fronteras. Comúnmente se menciona que se utilicen los recursos para atender el hambre que sufren los niños de África o el mundo en general.
El problema es seguir preso de ciertas trampas ideológicas que persisten en la actualidad. La pobreza en el mundo no se resuelve con donaciones o trasferencias de dinero. África es la región del mundo que más dinero recibe por concepto de ayuda humanitaria, no por eso deja de carecer de fuertes penurias económicas.
Pese a la visión fatalista que comúnmente se vende sobre la pobreza y desigualdad en el mundo, ha habido avances importantes para acabar progresivamente con la miseria en las naciones más pobres. Las estimaciones del Banco Mundial muestran que la tasa de extrema pobreza en áfrica bajó en la región del 56 % en 1990 al 43 % en 2012.
Ha habido avances en materia económica, pero la ingenuidad esta en creer que las donaciones son el medio para acabar con la pobreza. Solo el empleo estable a través de una sociedad con instituciones políticas sólidas, que garanticen seguridad, y con una economía abierta al mercado puede realmente acabar con la miseria.
Los programas sociales aunque pueden ser positivos de manera temporal, solo ayudan a crear dependencia, no son una solución estructural a problemas muchos más complejos. La mejor política social es crear fuentes de empleos, y solo con incentivos favorezcan el libre emprendimiento se puede conseguir.
Ya economistas han advertido sobre los riesgos de las ayudas y donaciones para acabar con la pobreza. En un estudio Cuando la Ayuda es el problema. Hay otro camino para África (2011), la economista zambiana Dambisa Moyo hace una crítica al papel de la Ayuda Oficial al Desarrollo.
En el libro antes mencionado, la autora desarrolla la tesis de que cualquier tipo de ayuda fomenta la corrupción y provoca guerras civiles, y aboga por promover el comercio como motor de crecimiento económico para evitar así depender de los países donantes. Realmente el problema es cuando se analizan los sucesos a partir de posiciones meramente emocionales e ideológicas.
El problema es mucho más complicado que incentivar la promoción de ayudas sociales. El asunto de Notre Dame nuevamente da paso al tradicional debate de la desigualdad económica en el mundo y las injusticias sociales. Algunos críticos condenan que la gente use libremente su dinero para reconstruir un templo con alto valor para ellos, además de atraer gran cantidad de turistas a la capital francesa y se constituye por ello en una fuente de ingresos.
Fuera de lecturas ligeras y equivocadas, la gente demanda a los llamados ricos del mundo que usen sus recursos para ayudar a erradicar la pobreza, mientras muchos de ellos se gastan su dinero en banalidades como fiestas de fines de semana o en comprarse diferentes instrumentos tecnológicos.
Lo que pensamos es que la gente es libre de utilizar sus recursos de la forma que mejor le parezca, nadie tiene el derecho moral de exigirle a otro que gaste su dinero de determinada manera, sobre todo cuando esos mismos individuos por lo general no realizan ninguna donación que tanto demandan a los demás.
Los ricos hacen grandes contribuciones para el progreso de las naciones y la erradicación de la pobreza, pero no a través de donaciones que son significativas, sino principalmente porque por medio de sus empresas exitosas logran crear importantes puestos de trabajo, ofertar bienes y servicios dentro de un mercado y pagar impuestos con los cuales se financian muchas ayudas sociales por parte del Estado.
El tema de la restauración de Notre Dame está lejos de ser una banalidad, a los cuestionamientos a las donaciones para su recuperación subyacen muchos problemas de fondo e incluso críticas a la misma civilización occidental. Los lujos de Occidente se contraponen a la pobreza en el mundo, como si lo primero fuera responsable o culpable de lo segundo.
Se critica desde visiones ideologizadas, a una cultura dominante y ostentosa en contraposición a sociedades empobrecidas a costa precisamente de la explotación que a lo largo de los siglos sufrieron los pueblos conquistados por Occidente. Una Iglesia como Notre Dame es para algunos símbolo del saqueo que el cristianismo hizo a lo largo de los años a los pueblos conquistados.
Si se tratara de la quema de bienes culturales o accidentes ocurridos en el tercer mundo no habría ningún problema o llamados de atención sobre los recursos destinados a restaurar el patrimonio cultural de esos países. Más allá de críticas sin sentido y argumentos ilógicos, Notre Dame debe ser restaurado y su conservación ayudará a generar empleos. Por otro lado, la pobreza no se resuelve con donaciones ni con cuestionamientos morales sobre el uso que cada quien hace de su dinero.
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