«La Lucha por el Pan y la Tierra”: Los comienzos de la institucionalización del enemigo en Venezuela por el P.C.V ( I parte)

Jhonas Rivera Rondón

 

Los seres humanos existimos en el lenguaje, y a partir de el mediamos con el  pensamientos, el tiempo y el mundo, es así que todo lo que nos rodea adquiere sentido. En este proceso se van entretejiendo relaciones sociales que dan contextura a las situaciones e instituciones, las cuales son posibles ya que:

 

“…el lenguaje cambia con lentitud, con lo cual asegura la unidad de las generaciones sucesivas en la misma comunidad, y garantiza la continuidad de la cultura y de la realidad nacionales, registra los cambios, inclusive las mutaciones. Estos se inscriben en el.”[1]

 

Entonces las palabras, los conceptos y los discursos sirven para excavar en el almacén de experiencias que comprenden las sociedades y las culturas. Asimismo el lenguaje es capaz de registrar ciertas prácticas que se manifiestan cada cierto momento, despertando la sensación de que los tiempos se repiten. Pero en el fondo ello puede ser indicador de fuerzas socio-históricas subyacentes que se resisten al cambio y develan así …formas sociales [que] están constituidas e instituidas. Dan lugar a instituciones. Cosa que les confiere una sorprendente elasticidad”—por lo que—“Se adaptan, como se dice, a contenidos diferentes, y se conservan.”[2]

 

Esas formas sociales albergan estratos históricos y semánticos en el cual revelan determinadas estructuras sociales y políticas, que abren la posibilidad de comprender críticamente nuestro presente a partir del pasado, o del futuro, según sea el caso. Es por ello, que hemos partido de la inquietud histórica y política que problematiza las formas institucionalizadas que ha adquirido la figura del otro-enemigo en el marco de las distintas expresiones del pensamiento socialista o comunista.

 

El presente análisis sobre el pensamiento siniestro se relaciona con otros escritos previos expuestos aquí, en Ideas en Libertad, es así que para un panorama más amplio puede consultarse: “El enemigo como institucióny  “La utopía como apertura a lo político en Venezuela. El pensamiento utópico en el Plan de Barranquilla (1931)”.

A continuación reflexionaremos sobre un texto fundamental del Partido Comunista de Venezuela, “La Lucha por el Pan y la Tierra” (1931), manifiesto político en el que es posible analizar una determinada retórica del porvenir[3] que usa un lenguaje político comunista venezolano durante el régimen de Juan Vicente Gómez (1908-1935), con rasgos marcadamente conflictivo y moralista, que definió, y aún definen, la práctica política socialista y comunista, en donde el enemigo resulta una bisagra discursiva que abres muchas puertas a la experiencia político y temporal. De ahí que muchas experiencias que hayan vivido el socialismo, el comunismo o el chavismo sientan que los rostros cambian, pero los versos siguen siendo los mismos.

 

Breve recuento: luego de la indulgencia del lector, recordemos algunas consideraciones en textos previos, los cuales resultan necesarios para la presente reflexión histórica y política sobre el manifiesto del P.C.V (Partido Comunista de Venezuela).

 

En el Enemigo como Institución señalábamos que los planteamientos de Marx, Engels y Lenin exportaron planteamientos que universalizaron el conflicto, al considerarla inherente a la historia. La tesis del materialismo histórico incidió en tal medida que permeó en el ideario político contemporáneo, que desde finales del siglo XIX nos alcanzó hasta nuestros días.

 

Y es así que desde la teoría del posicionamiento se pudo apreciar ciertos mecanismo discursivos belicistas y conflictivos que desprende el pensamiento siniestro de Marx, Engels y Lenin, en el cual, valiéndose de la despersonalización del enemigo se obtiene una bisagra (hinges) discursiva que abre determinados criterios en la distribución de deberes y derechos, así como también el reforzamiento de un orden moral que válida el engranaje de deshumanización del otro.

 

Por tal razón, sosteníamos la propuesta de haber encontrado una forma institucionalizada del enemigo, el cual derivaba en prácticas políticas y sociales que tensionan hacia la confrontación violenta. De tal manera hemos emprendido la tarea de analizar históricamente a partir de tales supuestos teóricos un conjunto de textos que den cuenta de las diversas modalidades que adquirió tal institución en el paradigma socialista y comunista.

 

En tal sentido, hemos tomado el manifiesto de “La Lucha por el Pan y la Tierra” (1931) como una incipiente expresión institucionalizada del enemigo, el cual fue aplicado para la militancia y propaganda clandestina del comunismo durante el gomecismo. Si bien se pueden tener antecedentes nacionales con Pio Tamayo, Salvador de la Plaza o los hermanos Machados, el presente documentan también utilizó un tipo de retórica del porvenir que barnizó con esperanza el rostro de la destrucción. Es así que observemos cómo operó.

 

En los primeros años del siglo XX…

 

Ahora bien, nuestra historia comienza con el amigo “Joe”, es decir con Joseph Kornfeder, representante de la III Internacional Comunista en Suramérica, éste personaje salido de la Escuela Leninista de Cuadros de Moscú, llegó a Venezuela en los días de abril de 1931 para ayudar en la estructuración del Partido Comunista en Venezuela, y en cuyas labores se incluyó la colaboración en la redacción de dicho partido, el cual ya había sido constituido el 5 de marzo de 1931.[4]

 

El manifiesto “La Lucha por el Pan y la Tierra” fue repartido el 1 de mayo de 1931, meses después en el que ya había salido el Plan de Barraquilla, y la oposición antigomecista divergía cada vez más en debates y propuesta políticas que pensaban en la Venezuela del mañana. Todo ello mientras que el régimen vigente confirmaba su confianza y fortaleza al haberse adjudicado la adquisición de la “segunda independencia”, independencia económica que dejaba atrás esos años de sojuzgamiento imperialista, que en 1902 amenazaron a la nación con descuartizarla, pero que gracias a los “gringos” y al rebosante latido del oro negro, Venezuela llegó a recuperarse económicamente al punto que llegó a resistir el coletazo de la gran crisis capitalista del 29.

 

Para 1931, la política en Venezuela comienza a refugiarse cada vez más en la ciudad, dando paso al político de calle, y en esta dirección apuntaba las escaramuzas clandestinas del Partido Comunista, ya que desde 1928, el “inciso sexto”, con rango constitucional, prohibía la abierta difusión de propaganda comunista.

 

A pesar de estos obstáculos, “La Lucha por el Pan y la Tierra” se abrió camino a lectores venezolanos gracias a la gallardía y lealtad de fervientes militantes que estuvieron convencidos por el promisorio porvenir de la dictadura del proletariado, fue así que para los ideales socialistas y comunistas no suponía un problema sustituir una dictadura por otra, ya que con Gómez fuera, la mayoría de los venezolanos tendrá la posibilidad de tener el poder.

 

Consumada la espera del camarada “Joe”, la suma de esfuerzos permitió que un 1 de mayo de 1931 fuera difundido en Venezuela “La Lucha por el Pan y la Tierra”. Éste texto toma muy bien las enseñanzas de Lenin, y en medio de la “paz y el orden” gomecista se usa un lenguaje abiertamente beligerante en el cual parte llamando así:

 

“Compañeros sofocado y aterrorizado por la tiranía que domina a Venezuela desde hace tantos años, el pueblo trabajador venezolano que tantos esfuerzos ha hecho para librarse de su verdugo está encaminándose para hacer un nuevo esfuerzo en pro de conseguir la libertad.”[5]

 

De esta manera, el discurso define y posiciona a su auditorio, el “pueblo trabajador venezolano”, pretendiendo así adquirir fuerza tras la ficción de la mayoría, permitiendo así hablar en nombre de todos y de muchos, que bien estén en el campo o en la ciudad, son aglutinados por el Partido Comunista que el pueblo venezolano y su deseo incesante la libertad. Pero ¿A que tipo de libertad referían? y más importante aún ¿De verdad en Venezuela se quería la libertad, o por el contrario habría un total miedo a ella?

 

La Lucha por el Pan y la Tierra, por su parte, define los comienzos de la institucionalización del enemigo en Venezuela por el P.C.V. No se puede negar el creciente deseo de libertad en los venezolanos tras la pacificación gomecista, pero históricamente, para el momento no puede ser considerado un denominador común, ya que la figura de Gómez todavía invocaba un mayor miedo, el miedo a la muerte violenta. El historiador Manuel Caballero señala que: “Los hombres de esa época tienen que haberse levantado pensando primeramente en la paz como el bien supremo, sin el cual ningún otro tiene sentido: ni siquiera esa libertad cuyo nombre llena todas las bocas.”[6]

 

A pesar de esta disonancia con la realidad nacional, el comunismo venezolano recurre a su mejor arma en el cual puede modelar la diversidad de las realidades: la lógica del conflicto. De tal manera,  delinear los linderos del “nosotros”, se procede a presentar al adversario, es así que el manifiesto sostiene que: “Hay solamente dos campos: los explotados y los explotadores; los que no están con los explotados están con nuestros enemigos.”[7]

 

Es así, que el enemigo gira la bisagra de la puerta hacia una realidad pintada en dos colores, blanco y negro, buenos y malos, explotados y explotadores, de esta manera articula el principio que va a servir para el posicionamiento político de los comunistas el cual va a definir su programa en la naciente nación petrolera. Para el maniqueísmo comunista, su paranoia persecutoria llega a señalar una “oposición de la oposición” dentro del antigomecismo, por lo que precisan que:

 

“El pueblo trabajador quiere librarse de la explotación y de la tiranía de Gomez y por lo mismo tampoco quiere que lleguen eal poder otros cuadillos como los Arévalo Cedeño, Olivares, Ortega Martínez, etc., pues esto significaría continuar en la misma esclavitud.”[8]

 

Este deslinde ya venía generándose, por lo menos desde la misma desfragmentación del Partido Revolucionario de Venezuela, en el cual unos años antes se habían distanciados comunistas y caudillos por diferencias de perspectivas. Pero lo resaltante en este manifiesto es el énfasis que se hace en la representación de todo aquello contrario a los ricos explotadores, ya que “Los conuqueros, los peones de las haciendas, los arredatarios”, merecedores de un derecho natural sobre la tierra y la industria por ser quienes directamente la trabajan, adjudica una serie de valoraciones morales que retratan las injusticias de la riqueza.

 

Acompañado a ello, la bisagra abre una puerta claramente macabra: la despersonalización del adversario. El recurso discursivo del que se vale el pensamiento siniestro es pormenorizar a los caudillos y a Gómez, y todos aquellos potenciales enemigos como meros títeres de fuerzas exógenas mucho más poderosas e influyentes, razón última que fundamenta los posicionamientos y las prácticas comunistas. Por ello que tal manifiesto señale que: “Venezuela no está explotada solamente por los ricos venezolanos, sino también por los ricos extranjeros: los americanos del Norte, los ingleses, los franceses y otras. Esto es lo que se llama la explotación imperialista.”[9]

 

¡Máxima conciencia! parece exigírsele al pueblo ante la amenaza imperialista, de esta manera se deja de hablar de caudillos para enfrentarse al imperialismo, y por tanto a la explotación que genera el sistema capitalista. Entonces el deber que depositan al “pueblo trabajador” es estar atentos ante aquellos supuestos “revolucionarios” que “sólo representan los intereses de los hacendados y de la burguesía. Es decir, de los ricos del país, que no son otra cosa que nuevos tiranos que se disfrazan con la bandera revolucionaria para adueñarse del poder y continuar por su propia cuenta la explotación de los trabajadores.”[10] Este viraje discursivo tiene un clara función metalingüística, precisar el concepto de revolución ante la diversidad de semántica que pervivió en Venezuela durante todo el siglo XIX, y bien entrado el siglo XX.

 

El orden moral en el que se sustenta el socialismo y el comunismo incide en la paranoia persecutoria de encontrar enemigos en todos lados. Es así que en su aversión hacia la riqueza, ya que supone despertar fuerzas ocultas de explotación. El manifiesto no tuvo tapujos en sostener que: “Hay gentes como los pequeños comerciantes, los dueños de talleres pequeños y otros que no son ni trabajadores ni ricos.” cuyo propósito es “ser ricos mediante la explotación del pueblo trabajador[11]. Y de nuevo vemos operar la proposición de la “oposición de la oposición”, ya que esta clase media tiene un “contacto directo con el pueblo”, quel resulta amenazante para el monopolio que pretende “su partido de clase el Partido Comunista”.

 

Este repudio a la clase media tiene un componente moral, un rancio anti-intelectualismo, ya que dentro de la “oposición de la oposición”, se acusan a “intelectuales, doctores, ingenieros, empleados, estudiantes y otros que en su mayor parte se benefician del régimen general de explotación de los trabajadores”.[12] Esto supone varias cuestiones, el socialismo, pero especialmente el comunismo al expresar una aversión a la riqueza, también repudia los supuestos morales en el que se sustenta el capitalismo, y por tanto, también afectan al liberalismo, entre ello está la negación de todo principio de la individualidad, denigrando así todo acto de emprendimiento e innovación, así como también la autonomía que exige todo pensamiento crítico, de ahí que el aroma rousseauniano que envuelva el anti-intelectualismo del pensamiento siniestro.

 

Es así, que en la persistente despersonalización de los enemigos de la causa revolucionaria, la invocación de una superioridad moral no se hace esperar, ya que al ser “verdaderos COMUNISTAS” se abona el terreno para la desproporcionada distribución de deberes y derechos suscritos en su manifiesto, por lo que se preguntan “¿Qué derecho tienen los ricos enemigos de Gómez de apoderarse de las tierras, empresas, fábricas y otras riquezas que el tirano sanguínario ha acaparado?” [13]

 

Ahora bien, desde una perspectiva histórica este reproche es válido para su época, pero al apreciar tal acusación en perspectiva con las distintas acusaciones a los enemigos de los comunistas, caudillos, clase media, intelectuales, comerciantes, estudiantes, entre otros, hay un pequeño paso de la despersonalización a la deshumanización, ya que las críticas socialistas y comunistas al atentar contra la riqueza, y por tanto a la propiedad, hacen del enemigo un obstáculo más a eliminar. De esta manera, el buen revolucionario está apto para ser un asesino en serie, ya que su base moral lo exime de todo remordimiento o culpa.

 

En el fondo, éste es el llamado beligerante que se desprende del lenguaje político que se maneja en el manifiesto “La Lucha por el Pan y la Tierra”, y de tal manera se institucionaliza una paranoia persecutoria que condena a la riqueza y la prosperidad, y por tanto, detenta con la misma idea de libertad, por ello que “El pueblo trabajador debe desconfiar de esta gente en general y no permitir que tome la dirección del movimiento obrero.”[14]

 

Una conclusión en puntos suspensivos…

 

El manifiesto, “La Lucha por el Pan y la Tierra” se estructura a partir de la institución del enemigo, cuya naturaleza perversa reside en el conjunto de valores que conforma un discurso en el que se despersonaliza y deshumaniza al otro, atentando con la misma dignidad de la vida. Lo preocupante es que el pensamiento siniestro, considere al socialismo, comunismo, y también al chavismo, como maquinarias políticas en el que encontraron en las bisagras del enemigo los recursos discursivos y morales que permiten socavar los fundamentos morales que alimentan nuestros sistemas democráticos y liberales.

 

Si bien, no podemos desentender que  el texto analizado responde a un contexto histórico que define sus intenciones y propósitos del momento. Ello no nos exime tampoco, que a partir del tal manifiesto hagamos un balance del presente, a partir del pasado, en ese intento de hace una historia pragmática tal como la entendía Hegel.

 

En tal sentido, la presente reflexión ayuda a develar los componentes macabros y perversos que subyacen en los proyectos comunistas y socialistas. Por consiguiente, tras lo esbozado se pudo analizar la institución del enemigo, visto a partir del caso del Partido Comunista Venezolano durante el gomecismo, en el que se pudo apreciar como determinado orden moral despierta paranoias persecutorias y victimismo enfermizo, todo con la finalidad de deshumanizar en un amplio sentido, tanto a el otro como a sí mismo. Este último proceso tiene que ser visto en relación con la particular retórica del porvenir que se maneja, análisis que dejaremos en suspenso para la siguiente publicación.

 

Por lo pronto, debemos tener presente que tras la universalización del conflicto que hizo el pensamiento siniestro a partir de Marx, Engels, Lenin, y cuya lista se le puede sumar Mao Tze Tung, Stalin, Hitler, Mussolini, llegando hasta el mismo Che, Fidel y Chávez, vemos que fueron personajes políticos que encontraron recursos morales y discursivos en el socialismo y el comunismo en el que podían manipular la culpa y el resentimiento, para poder dar paso a la total negación de la vida y la libertad.

 

De tal manera, que en la bisagra del enemigo se pudo encontrar una abstracción discursivamente operativa que alcanzó un grado de institución, al poder establecer determinada lógica que promueve el conflicto y la beligerancia en tiempos de paz, el cual puede adquirir formas sutiles en proposiciones tales como la “oposición de la oposición”, respondiendo a la necesidad de buscar ovejas al matadero del fracaso y frustración política.

 

Y es aquí donde nuestra reflexión, nos traslada a la cuestión del mal en la ética y la política, por lo que queda abierta la interrogante ¿Cómo ser tolerantes con aquellos cuya visión de mundo cree que “El fusil en el hombro de un obrero es la única garantía de la democracia.”[15]? Por tal razón, valores como la democracia, la tolerancia y la libertad exigen replanteamientos críticos ante los brotes de intolerancia y deshumanización, que no solo promueve el socialismo y el comunismo, sino también todo rasgo de fanatismo, por lo que el asunto del mal será profundizado en las publicaciones sucesivas.

 

Puede leer la segunda parte de este artículo en http://ideasenlibertad.net/1687-2/

 

Referencias

 [1] Henri Lefebvre: Lenguaje y sociedad. Buenos Aries: Proteo, 1967.  p. 257.

[2] Ibídem. p. 224

[3] Para comodidad del lector, recordamos que en La utopía como apertura a lo político en Venezuela. El pensamiento utópico en el Plan de Barranquilla (1931), tomamos esta categoría del abogado e historiador Luis Castro Leiva, para analizar el Plan de Barranquilla, en tal sentido la retórica del porvenir supone que: “Si el futuro es algo, y puede traducirse lingüísticamente por la descripción de aquello que sería la oportunidad o la ocasión más conveniente para hacer o dejar de hacer algo, entonces se ve fácilmente que la retórica política es una labor de “pre-dicción” singular. Discurre refiriéndose a la conveniencia o inconveniencia del porvenir que los actores proyectan.” Luis Castro Leiva: De la patria boba a la teología bolivariana. Caracas: Monte Ávila, 1991. p. 221.

[4] Publicado por Sofiel, “EL PRIMER MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA” en: http://historiapcv.blogspot.com/  09-06-2010.

[5] “La Lucha por el Pan y la Tierra: Manifiesto del Partido Comunista al pueblo trabajador de Venezuela.” en Congreso de la Republica, El comienzo del debate socialista, Tomo 12, pp. 427-436. p. 427.

[6]Manuel Caballero: Gómez, El Tirano Liberal (vida y muerte del siglo XIX). 2da edición, Caracas: Monte Avila, 1994. p. 34.

[7] “La Lucha por el Pan y la Tierra: Manifiesto del Partido Comunista al pueblo trabajador de Venezuela.” Ob. Cit. p. 431.

[8] Ibídem. p. 428.

[9] Ibídem. p. 429.

[10] Ibídem. p. 427.

[11] Ibídem. p. 431.

[12] Ídem.

[13] Ibídem. p. 429.

[14] Ibídem. p. 431.

[15] Extracto de las palabras de Lenin con las que se cierra el manifiesto “La Lucha por el Pan y La Tierra”

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