
16 Mar La utopía como apertura de lo político en Venezuela. El pensamiento utópico en el Plan de Barranquilla (1931)
Posted at 09:12h
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Jhonas Rivera Rondón
La suma de vidas y experiencias que condensa la historia hace de esta noble ciencia un medio para iluminar el pasado y nuestro presente, en la medida que los problemas suscitados invitan a reflexionar sobre nuestro contexto.
Actualmente en Venezuela pensar en el futuro se ha convertido en un castigo. 20 años de chavismo nos ha aletargado entre la esperanza y la incertidumbre, ello impide ver la fuerza que ejerce el futuro en el plano político. Históricamente, el problema del futuro se hace comprensible al estudiar sus modalidades discursivas, es así que se puede hablar de una retórica del porvenir:
Si el futuro es algo, y puede traducirse lingüísticamente por la descripción de aquello que sería la oportunidad o la ocasión más conveniente para hacer o dejar de hacer algo, entonces se ve fácilmente que la retórica política es una labor de “pre-dicción” singular. Discurre refiriéndose a la conveniencia o inconveniencia del porvenir que los actores proyectan.[1]
Kayros, del griego entendido como momento oportuno, describe ese tiempo cualitativo, en el que se desarrollan las acciones políticas. De ahí, el oportunismo político, donde la labor radica en encontrar los momentos oportunos para actuar o dejar de actuar, este es el tiempo kairológico de la política[2].
El aspecto negativo del oportunismo político en Venezuela ha recaído en los remanentes de oportunidades económicas que ha dejado ciclos de bonanza petrolera, pero que a costa de la inmediatez de un Estado Mágico, se anulan sueños y anhelos a largo plazo, que pueden marcar a una generación, el chavismo lo revalida con sus hechos.
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La retórica del porvenir implica una pugna política por la imposición de un futuro, tal proceso congrega el pensamiento utópico y su importancia en la historia del pensamiento político venezolano, el cual sirve para comprender el camino que nos trajo a la nefasta consumación de la distopía del “Socialismo del siglo XXI”.
El aroma utópico que emana la retórica del porvenir de los principales textos políticos venezolanos del siglo XX, se comprende al tener presente que en la balanza ideológica, la fuerte presencia del socialismo y el comunismo, hacen que nuestra historia del pensamiento político contemporáneo se incline hacia la izquierda.
En tal sentido, el Plan de Barranquilla, texto fundamental en el ideario político venezolano, no está exento de ese aroma utópico que despliega su retórica del porvenir. Este documento permitió pensar en una apertura y democratización concreta de la política en los albores del siglo XX, cuya vigencia está asociada con el proceso encontrar en democracia, el horizonte utópico durante el régimen gomecista.
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La retórica del porvenir sirve para explicar y comprender los procesos de cambio y transformación del pensamiento utópico que se desarrollan en el campo político, el cual involucra tanto al pensamiento como la acción.
Sin embargo, cabe la precisión, las utopías no es que sean malas o buenas en sí misma, la cuestión es que en el fondo de la propensión utópica se sostienen fuerzas latentes que pueden sacar tanto lo más noble, como lo más vil del ser humano, en ello reside la indeterminación problemática de querer materializar un ideal utópico en el futuro, donde valores políticos, como la libertad, pueden ser desvirtuados, los movimientos socialistas y comunistas son prueba fiel de ello.
Es así que futuro, utopía y política son componentes que ayudan a analizar el espectro histórico de la retórica del porvenir observada a través del Plan de Barranquilla como expresión del pensamiento utópico venezolano.
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El Plan de Barranquilla visto desde el pensamiento utópico implica concebir desde los ojos de la disidencia gomecista, la democracia y la misma política como horizontes utópicos a alcanzar, que dentro de la lógica del materialismo histórico, abrirían el camino a Venezuela hacia la inexorable marcha hacia el socialismo y el comunismo. Sin embargo, solo la realidad da cuenta del paroxismo de tal ensueño.
Dicho plan emergió en el contexto de los albores de la Venezuela del siglo XX. Un vasto e indómito territorio rodeaba a una pequeña población, que para 1920 el Censo Nacional registraba 2.411.952 habitantes. El desgaste de un siglo cargado de guerras y luchas intestinas, era abandonado por las esperanzas que abonaba el petróleo en el promisorio porvenir del siglo XX.
El creciente interés que despertó a nivel internacional, el latido del oro negro en el vientre del suelo venezolano, atrajo inversiones que fueron consolidando una economía que, al mismo era resguardada por la creciente fortaleza de un Estado, el cual se impuso con la férrea mano de Juan Vicente Gómez, entonces, ¿qué mejor regalo pudo tener ésta floreciente nación exhausta de tantas guerras? “Paz y progreso”, consignas que se hicieron parte de un régimen y una época.
Mantener la paz por medio de la guerra explica la dinámica política durante el régimen de Juan Vicente Gómez, tal como expresa el historiador Manuel Caballero: “…por su ideología y por su acción Gómez fue más el hijo de la guerra que el padre de la paz.” [3] Por ello, que en el restringido campo político venezolano tenías dos opciones: o te unías a la fanfarrea de adulaciones al Benemérito o te sumabas a la lista negra de enemigos políticos a exterminar.
Entre persecución y represión hacía inviable la abierta confrontación política durante el gomecismo, es así que en la semana carnavalesca del Estudiante, en un febrero de 1928, en medio de la euforia y la comparsa parecía que las jerarquías se borraban, y en el recinto universitario resonaban los versos subversivos de Pio Tamayo. Tal acción encendió las alarmas ante un posible enemigo, los estudiantes, de tal manera se alzaron las ballestas del gomecismo, y encerraron la fogata de la inconformidad juvenil del estudiantado, el régimen apresó a una generación, pero no cualquier generación, una generación “predestinada”, la generación del 28.
Los síntomas de cambio que se daban en el seno de “la paz y el progreso” instaurado por Gómez, ya daba contracciones de parto ante la “evolutiva” necesidad política de una democratización, por lo menos así lo exigió, y construyó, la generación del 28. Entre éstas voces figuraron: Edmundo Fernández, Isaac J. Pardo, Humberto Tejera, Miguel Otero Silva, Jóvito Villalba, Raúl Leoni, y en especial, uno de los actores principales en ésta escena utópica que estamos estudiando, Rómulo Betancourt.
Por más, que una creciente sociedad urbana se volcara a las calles a defender lo más valiosos que albergaba en el pecho de estos estudiantes, su futuro, eso no impidió que ésta generación transitará la dura escuela del encarcelamiento y el exilio. Esto sirvió de experiencia política, que en el transcurso de 1928 a 1931 cambiaba la naturaleza de la actividad disidente de la generación del 28, la cual paso de un voluntarismo garibaldista para dedicarse a la formación y difusión de propaganda política[4].
La humillante derrota del Falke, un intento fallido de invadir a Venezuela desde sus costas en 1929 en el que Delgado Chalbaud cohesionaba a gran parte de la oposición antigomecista, conllevó a la generación del 28 a replantear su acción política, en el cual embebidos de las fuentes marxistas y socialistas, encontraron una alternativa ideológica al positivismo y al liberalismo, teniendo como principal inspiración la llama utópica alcanzada en la Revolución Bolchevique (1917).
La experiencia del exilio les demostró a la generación “predestinada” que las solas armas no servían para destruir al gomecismo, el cual se ufanaba de la disgregada debilidad de la oposición antigomecista. Tales circunstancias, llevaron a los principales exponentes de la generación del 28 a marcar distancia con el inmediatismo revoltoso de los caudillos exiliados y la esclerótica ortodoxia partidista de la III Internacional Comunista. Es así que desde esta generación se fue forjando una forma autentica de pensar y actuar políticamente en Venezuela, y el Plan de Barranquilla da cuenta de ello.
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El pensamiento utópico puede llegar a atravesar el plano temporal pasado, presente y futuro, lo que lo hace un medio para comprender como se percibe y experimenta el tiempo en el espacio político. Así también debemos precisar que las utopías no se restringen a formas “puras” de expresión literaria. Por ello, en el caso venezolano, la utopía adquiere una variedad de gamas expresivas en el pensamiento y discurso que se puede encontrar diluida en programas y proyectos políticos, tal como en la retórica del porvenir del Plan de Barranquilla.
Si desde la retórica del porvenir toca esbozar la significación histórica del Plan de Barranquilla para la historia de Venezuela, conllevaría afirmar que su importancia reside al ser expresión de un cambio de consciencia política.
Es así que el carácter “reformista” del Plan de Barranquilla –y no revolucionario–expresa un cambio sustancial en la experiencia del tiempo político. Es así que en el fuego del debate en el que se forjó éste programa político despliega con propiedad esos rasgos temporales del pensamiento utópico. Entonces, al igual que Tomás Moro, el Plan de Barranquilla hace un balance crítico de su presente, al comenzar de esta manera:
La repercusión de los movimientos insurgentes iniciados en América Latina al finalizar 1929 y continuados durante los años 30 y 31, la crisis económica, la creciente saturación del descontento en los masas, la anarquía agudizada entre los servidores del despotismo ante la decrepitud del jefe del régimen y la imposibilidad de acordarse entre ellos para designarle sucesor, son factores concurrentes que no autorizan a esperar un próximo y decisivo conflicto entre las masas populares de Venezuela y el gobierno de los Gómez. Dentro de la más rigurosa lógica histórica está también la previsión de que e esa lucha, tras peripecias poco prolongadas, triunfará la voluntad nacional.[5]
Este cuadro crítico de Venezuela y el mundo en 1931, no parte de un no-lugar, sino del estudio de “condiciones objetivas” que permitieron hacer un balance crítico de su presente, lo que permitió en el Plan de Barranquilla, elucidar las “condiciones subjetivas” del llamado a la revolución, pero no cualquier revolución “de las clásicas danzas de espadas venezolanas”[6], sino una revolución social. Es así, que el Plan de Barranquilla articula presente y futuro para labrar los escenarios que permitirán la cosecha de potenciales oportunidades políticas.
Asimismo, el Plan de Barranquilla retroyecta su retórica del porvenir al engarzar pasado y presente, que al adquirir una modalidad historiográfica, hace un revisionismo crítico de la historia de Venezuela que le permite conceptualizar un pasado, el cual carga de una significación escatológica a la propia actividad política antigomecista. Tal como dicen los firmantes: “El balance de un siglo para los de abajo, para la masa, es éste: hambre, ignorancia y vicio. Esos tres soportes han sostenido el edificio de los despotismos”[7].
En tal sentido la prognosis (el diagnóstico del momento crítico que demanda alguna acción para salvar el futuro) del Plan de Barranquilla, reitera la condición servil de las masas empobrecidas, que tras tanto tiempo de opresión, se amerita una renovación en los “propios fundamentos [de] la estructura jurídica y social” del organismo nacional venezolano.
De tal manera se sigue labrando un futuro cargado de oportunidades, pero el Plan de Barranquilla deja inadvertido el peligro de aquellos frutos dañados de la utopía. Invocar aires de renovación para purificar la política mediante la redistribución de la riqueza, plantea riesgos inherentes de este tipo de promesas colectivistas.
Con todo, no se puede menospreciar que el Plan de Barranquilla expresa un cambio en la experiencia temporal política en Venezuela, ya que su retórica del porvenir al pro-yectarse plantea inherentemente la indeterminación problemática del porvenir.
El carácter no inmediato, que alude el carácter “reformista” del Plan de Barranquilla se entiende al considerar el “sentido de la realidad de Rómulo Betancourt”[8]. En los debates posteriores a la publicación y firma del Plan de Barranquilla, Betancourt en su replica a las críticas de Miguel Otero Silva, le recuerda desde el dogma leninista la distinción entre “el programa mínimo democrático al programa máximo socialista (Lenin, Páginas Escogidas. Tomo II, págs., 73)”[9], de esta manera destaca el carácter contingente y cambiante en el que se desarrollan los procesos históricos.
Desde los paradigmas predominantes de la época, marxismo y positivismo, eran modelos explicativos de la sucesión histórica que, ya sea desde el materialismo histórico o la evolución social, daban cuenta de una lógica mecanicista en la que debían consumarse los hechos históricos, tal como suponía teóricamente los “textos fundamentales” de sus respectivos paradigmas.
Es así que la retórica de Betancourt distingue entre un programa “mínimo” u uno “máximo”, sopesa las posibilidades que permiten las “condiciones objetivas” de la realidad, que al tener presente la indeterminación problemática, devela los mil rostros que puede adquirir el camino hacia el socialismo. Disposición política, que promueve prestar atención tanto a la realidad como a la teoría, en donde se pueden encontrar las oportunidades políticas, que a diferencia de una excesiva ortodoxia comunista, predispone a aferrarse a lo teórico para encontrar las oportunidades en la realización mecánica de los eventos políticos.
La retorica del porvenir del Plan de Barranquilla hace que no sea utópicamente consumida en la espera de la realización del ideal comunista o socialista, sino que promueve actividades políticas concretas coherente al diálogo que se logra entablar con la realidad, ello permite que el alcance del rango de acción se someta a ciertos plazos en los cuales responda a las prioridades que se presentan en la contingencia de los eventos sociales y políticos.
Esta experiencia temporal política manifiesta en el Plan de Barranquilla exigía de sus firmantes una práctica coherente a sus ideales utópicos, lo que los conlleva a consolidarse como grupo político, denominado A.R.D.I (Asociación Revolucionaria de Izquierda), ello permitía adquirir una identidad que les daba autonomía política, tanto en pensamiento y acción, para la consecución del ideal socialista, que en cuyo pensamiento utópico iban elucidando oportunidades mediante su retórica del porvenir, en el cual tendrán que esperar a la muerte de Gómez en 1935 para poder recoger el fruto del debate teórico, cuyas circunstancias exigían más de la acción que de la teorización.
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El alcance utópico del Plan de Barranquilla se constituye en tanto la retórica del porvenir arropa el plexo fenoménico de la temporalidad en tanto conceptualiza el pasado, crítica al presente y se proyecta en el futuro, ello permite comprender cómo la experiencia temporal incide en el pensar y actuar político.
Resulta paradójico que el ideal utópico socialista en el que se sustentó el Plan de Barranquilla resultó tan destructivo para la democracia venezolana, que en cuestión de 20 años destruyó lo que costó todo un siglo XX de construcción y apertura de lo político.
Si bien el Plan de Barranquilla es un texto político que responde a su contexto histórico, ello no impide sacar algunas reflexiones sobre nuestro presente. Una de las paradojas utópicas del Plan de Barranquilla reside en confundir libertad por Igualdad, ya que en al cuestionar ese “gaseoso concepto de libertad”, suponía que la libertad económica se alcanzaba en la medida que la redistribución de los bienes despejara los “anhelos confusos de dignidad civil”, y pudiera generalizar tal libertad. Pero como bien falsea la realidad, la pretensión de redistribuir la riqueza, con ello genera más pobreza, y así el buró político de turno arrebata la libertad económica de muchos.
En el caso concreto del “Socialismo del siglo XXI” el Plan de Barranquilla no deja de aleccionar políticamente al caer en un error el cual ellos venían advirtiendo en sus puntos mínimos, que pueden ser apropiados como parte de nuestro horizonte utópico: “Hombres civil al manejo de la cosa pública. Exclusión de todo elemento militar del mecanismo administrativo durante el periodo preconstitucional. Lucha contra el caudillismo militarista.·” [10]
Ese el reto que nos plantea el Plan de Barranquilla para superar esta oscura etapa de chavismo que marcó a la historia de Venezuela.
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