
16 Mar ¿Libres o dependientes? Itinerario para escapar de la Teoría de la Dependencia
Jo-ann Peña Angulo
El modelo centro-periferia tradicionalmente ha desbordado el estudio de las relaciones internacionales, siendo esto así, no es de extrañar entonces que el análisis de la dupla Venezuela-Estados Unidos, haya estado caracterizada por el enfoque de la dependencia, sumado a una extensa cronología discursiva de hechos y acontecimientos históricos.
La cuestión supone la existencia de regiones centrales y periféricas, de mayor y menor desarrollo económico -desigualdad enunciada de antemano- dependientes de la posesión de materia prima, la penetración de la tecnología capitalista y de la conformación de las élites –políticas y económicas-, que anticipan la definición de las relaciones internacionales, en términos exclusivamente desiguales.
Fundamentalmente, los orígenes de la concepción del sistema centro-periferia se encuentran en trabajos de Raúl Prebisch previos a 1949. Entre 1932 y 1943 dichos trabajos están relacionados con su participación en el manejo de la economía argentina y por ende, con una experiencia especifica. En los de la posguerra se percibe con claridad el intento de comparar la experiencia argentina con las otras economías latinoamericanas o subdesarrolladas, y de llegar así a generalizaciones sobre algunas tendencias y problemas que parecen serles comunes[1]
Tomando en cuenta la extensión de la experiencia particular, la teoría de la dependencia en el campo de las relaciones internacionales, a semejanza del caso particular argentino, basa su análisis en la relación “desigual” de las economías mundiales, derivadas de su propia conformación histórica a través de los estados-nación y del compartir de intereses comunes entre las élites, tanto del centro como de la periferia de los países involucrados.
Esta vinculación teórica, es la que tradicionalmente ha estudiado las relaciones entre Venezuela y los Estados Unidos. De allí, que dichos estudios se caractericen de un larga descripción de hechos y acontecimientos, en donde los intereses de los grandes capitales manejados por las élites, emerjan siempre como responsables directos en nuestra relación con los Estados Unidos. De allí el apego de esta teoría a toda política intervencionista del Estado.
Esta orientación eminentemente materialista concibe a los países subdesarrollados como países periféricos, dependientes de los grandes centros de producción mundial, poseedores de tecnología de punta, y de una eficiente organización institucional y empresarial.
Ahora bien, vemos cómo la desigualdad esgrimida por el enfoque de la dependencia, lleva a eximir al individuo, a los grupos y por lo tanto a sus construcciones culturales, de las responsabilidades inherentes a su libertad de acción, especialmente cuando la herencia histórica de “los pueblos oprimidos” en un discurso hábilmente manejado, se convierte en el inicio y fin del estudio de las relaciones internacionales.
En este punto, es necesario un análisis mucho más profundo que permita concebir el estudio de dichas relaciones bajo una mirada mucho más amplia, que intente explorar el papel del Estado sino también sus relaciones con los ciudadanos. En el caso del estudio de Venezuela- Estados Unidos, ello implica examinar las concepciones políticas, filosóficas y culturales de ambos países, sus concepciones estatales y no exclusivamente las asimetrías de sus estructuras económicas.
Es aquí cuando el enfoque liberal de las relaciones internacionales se convierte en una posibilidad cierta para el análisis de las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos, en donde hablar en términos de heterogeneidad, nos permita hacer una nueva lectura política de las relaciones entre ambos países. En este sentido, es pertinente resaltar el estudio de otros elementos y categorías como la valoración moral del régimen político, el cambio de régimen y la analogía doméstica, por ejemplo, teoría que busca conforme a lo dicho por Hidemi Suganami, instituir en política externa los mismos principios políticos internos de un país.
Históricamente, la tesis liberal de las relaciones internacionales surge en el siglo XIX, dentro del contexto europeo de la época. Su precursor fue el textilero y político inglés Richard Cobden, quien en 1860 logró mediante el Tratado Cobden-Chevalier, el libre comercio de Inglaterra con Francia, tanto el “deber ser” del comercio europeo como el “deber ser” de las relaciones internacionales de aquellos años, siendo la libertad comercial la premisa fundamental. En su “The Political Writings”, Richard Cobden, específicamente en el volumen 1, analiza la relación de esta concepción de libertad junto a la idea de balance de poder, ambas vistas como características de la teoría liberal del siglo XIX.
En esta obra, Cobden no sólo se ocupa del contexto europeo, sino también de los Estados Unidos de América. No obstante, bajo la dinámica del devenir histórico, filósofos, intelectuales y teóricos como Immanuel Kant, Joseph A Shumpeter, Jeremy Bentham, han contribuido en el corpus de esta corriente, inclusive, Woodrow Wilson y J. A Hobson, entre otros, han dejado aportes, algunos especialmente para deslindarse, pero no totalmente de la preeminencia del dominio económico – condicionante o no- de la armonía entre los países.
Si bien es cierto, que la libertad económica es parte de las libertades del hombre, también es cierto que es y ha sido motivo de tergiversaciones por aquellos que insisten precisamente en ver a los países como simples entes estatales homogéneos, con un futuro predecible, originado en la “suerte” de la misma naturaleza. Durante la I Guerra Mundial, en 1918, el presidente estadounidense Woodrow Wilson[2], en su Declaración de los 14 puntos, sentó las bases de esta escuela, cuando expresa el papel preponderante de la libertad, la diplomacia, la idea de la analogía doméstica de Suganami y la constitución de la Liga de Naciones, esta última con el objetivo de asegurar la independencia política y territorial de los grandes y pequeños estados, a través de acuerdos democráticos. Notemos que para Wilson está sería la vía para alcanzar y asegurar la paz y la convivencia dentro del sistema internacional. Fue en ese instante cuando el enfoque liberal tuvo sus mejores días, pues la vieja idea de balance de poder llevada de manera individual sería ahora sustituida por el término de seguridad colectiva, bajo el principio básico “one for all and all for one” liderado por la Liga de Naciones.
El valor semántico de la idea del balance de poder, ya no aparecerá vinculada exclusivamente con la libertad económica como en tiempos de Cobden, sino ahora a las concepciones políticas de los Estados y la configuración geopolítica del sistema internacional. Lo cierto, es que según la tesis tradicional de este enfoque liberal, el mantenimiento del equilibrio entre los países, debería ser el status a alcanzar, pues cuando el mismo comienza a ser desproporcionado a favor de alguno de ellos, comienzan los roces que seguramente llevarán al conflicto.
Sabiendo que la idea de balance de poder es para algunos la utopía máxima de la escuela liberal y quizás también su punto más débil, nos detendremos un momento en la confusión que dicha concepción:
El concepto de balance de poder es ambiguo. Así para muchos es preferible una superioridad unilateral que el balance de un objetivo bilateral con su principal rival. No obstante, es teóricamente posible concebir el balance de poder como una situación o condición, como una tendencia universal o una ley del comportamiento estatal, como una guía u oficio de gobernar, y como una forma de mantener el sistema, característico de ciertos tipos de sistemas internacionales. En tanto que nosotros preferimos pensar en términos de equilibrio que en superioridad, estas cuatro etapas no necesitan ser inconsistentes con cada una de las otras[3]
Aun así el objetivo principal por parte de los liberales era la búsqueda de una nueva estructura institucional para las relaciones internacionales, sin embargo cuando se da inicio a la II Guerra Mundial, este enfoque cae en desprestigio, iniciándose así la diatriba sin retorno entre liberales y realistas. En el periodo entre guerras fueron muchos los aportes dados a la teoría liberal de las relaciones internacionales, especialmente porque se retomaron algunos principios filosóficos de antaño, especialmente los de Kant plasmados en su obra “La Paz Perpetua” (1795), en la cual postula la fundamentación de la paz y de la libertad en el régimen republicano. De este trabajo, posteriormente, Michael Doyle en su escrito “Kant, Liberal Legacies, and Foreign Affairs” (1983), enunciará el principio de la paz democrática, vinculada a los regímenes liberales, tesis vigente y reinterpretada hasta hoy en día. Para Doyle al igual que para Kant, el liberalismo es la condición para la vida misma incluyendo el establecimiento de las normas y de las instituciones políticas, jurídicas y culturales. Doyle coincide igualmente con Kant, en cuanto al sentido pacifico del régimen liberal.
El liberalismo ha estado identificado con un principio esencia de la libertad individual. Este por encima de todos, es el de la libertad moral vinculada al derecho de ser tratado y al deber de tratar a otros como sujetos éticos y no como objetos o significados solamente. Este principio ha generado derechos e instituciones.[4]
Resulta más que interesante, la argumentación histórica y filosófica de Kant para la paz perpetua, especialmente por la conexión entre el liberalismo y la moral que este implica. Según Kant se necesitan ciertas condiciones para que la paz perpetua sea posible, la naturaleza republicana de la constitución: “Por republicano, Kant entiende una sociedad política que ha resuelto el problema de combinar la autonomía moral, el individualismo y el orden social”[5]. El derecho de gentes y la federación de estados libres justificados en la moral republicana y el establecimiento de una ley cosmopolita:
…para operar en conjunción con la unión pacifica, Dicha ley estará limitada a condiciones de la hospitalidad universal. En esto él llama para el reconocimiento de los derechos de los extranjeros para que no sean tratados con hostilidad cuando arribe a otro país[6]
En este punto no debemos olvidar los aportes de John Rawls, quien refuta la idea de Doyle sobre la necesaria existencia de la democracia liberal para el entendimiento de los países en la paz democrática
Por otro lado, es concertado el nivel en el cual liberales y no liberales pueden participar con ecuanimidad en una “sociedad de personas”. El argumenta que los principios y normas de la ley internacional y práctica — el derecho de gentes– desarrolladas y compartidas por liberales y no liberales o sociedades jerárquicas decentes, sin la expectativa que la democracia liberal sea el fin para todos[7]
Esta idea abre un abanico de posibilidades dentro de la comunidad internacional, especialmente con respecto a aquellos países no occidentales. Enarbola así el liberalismo internacional los derechos humanos, la paz y la democracia, como los pilares de su doctrina.
Conscientes de las críticas a esta teoría, erróneamente tildada de un simple y utópico corpus teórico, por su búsqueda de la democracia, entre otros aspectos; sin ningún sentido práctico aplicable a la realidad internacional, debemos afirmar que el error de algunos de sus teóricos ha sido quedarse precisamente solo en la lectura de los textos. Nos preguntamos ¿puede ser utópico un modelo explicativo, que parte de la realidad internacional o doméstica, de las diferencias y similitudes de los países y sus concepciones políticas y morales? Olvidamos que los conceptos forman parte del propio entendimiento humano y que sin estos, los hombres –con sus diferencias- no podrían comunicarse.
Los Estados conocen y son conscientes de estas diferencias, pues son precisamente estas las que le dan una interpretación distinta a las concepciones políticas y morales de cada uno de ellos. Ante el escepticismo de los que profesan el realismo político, cuya premisa se ampara en la condición interesada y búsqueda de poder de cada nación, es importante recordar por una parte, el estudio de las relaciones internacionales antes que la generación misma del conflicto, pues aunque efectivamente es un mecanismo de defensa y coacción, no debe convertirse en la solución impostergable y exclusiva de las relaciones entre los países. Esta es una de las principales diferencias del enfoque liberal con respecto a la tesis Realista.
¿Y qué pasa si el conflicto es inevitable y se desarrolla como tal? En este caso, y bajo el enfoque liberal, existen mecanismos diplomáticos que invitan a las partes a la negociación; que recuerden a ambas partes, que el respeto a las divergencias y la búsqueda de un balance de poder – como diría John Rawls, de un estado de naturaleza- sean los pilares fundamentales de la convivencia mundial, en vías de una actitud razonable y no racional. ¿Puede ser utópico entonces, un modelo teórico que se fundamente en categorías teóricas derivadas de las complejidades morales?
No obviamos la bandera teórica de la Escuela Realista[8] sobre la naturaleza egocéntrica del hombre, la cual además de ser inherente a su naturaleza, supone la imposición de sus intereses individuales –o estatales- sobre el de los demás, dándole así prioridad a lo racional sobre lo razonable, por lo que las guerras resultan siempre inevitables, como bien lo esgrimiera en su tiempo Tucídides, Tomas Hobbes y Nicolás Maquiavelo.
Resulta entonces más que elocuente que Hobbes, considerado uno de los precursores de la tesis realista en cuanto a las relaciones internacionales haya expresado ya en su época la relación entre la moralidad y la racionalidad, con lo cual se evidencia, la importancia que el filósofo inglés le atribuye a las concepciones morales en el comportamiento y las acciones humanas:
Pues la filosofía moral no es otra cosa que la ciencia de lo que es bueno y malo en la conversación y sociedad humana. Bueno y malo son nombres que significan nuestros apetitos, y aversiones, que son diferentes caracteres, costumbres y doctrinas de los hombres. Y los hombres diversos no difieren únicamente en su juicio acerca de la sensación de lo que es agradable y desagradable al gusto, olfato, oído, tacto y vista, sino también acerca de aquello que es conforme o disconforme a razón en los actos de la vida común. No, el mismo hombre, en tiempos de la vida común, difiere de sí mismo, y a veces alaba, esto es, llama bien, a lo que otras veces denigra, y llama mal, de donde surgen disputas, controversias y finalmente la guerra[9]
Para los intelectuales realistas las concepciones del mundo están condicionadas por una valoración moral. Una condición que éticamente se ajusta a las individualidades humanas e intereses grupales. He aquí, en donde lo racional y lo razonable, se confrontarán sin cesar, y donde lo ético y lo moral dentro de las singularidades de cada país, determinarán las decisiones de los Estados y su política externa, en procura de la convivencia pero también del beneficio propio o mutuo.
Los realistas consideran el poder como el concepto fundamental en las ciencias sociales (como la energía en la física, aunque ellos admiten que la relación del poder a menudo esta encubierto por términos morales y legales[10]
Estamos conscientes que los Estados así como los individuos procurarán siempre conseguir su propio beneficio y esto no lo niega en absoluto la mirada liberal. Al contrario, reivindica la complejidad y heterogeneidad de la naturaleza humana, cualquiera sea su ideología, religión, condición social o económica. Es en este contexto en que se entiende, que las diferencias de este tipo deben tratarse bajo un contrato social que amparado en las diferencias, intente buscar las posibles soluciones a las que deba recurrirse en caso de contrariedades o enfrentamientos, entre los individuos o el Estado. Como lo afirmará John Locke:
Por consiguiente, siempre que cierta cantidad de hombres se unen en una sociedad, renunciando cada uno de ellos al poder ejecutivo que les otorga la ley natural en favor de la comunidad, allí y sólo allí habrá una sociedad política o civil[11]
Ahora bien, en el campo de las relaciones internacionales el gran nudo teórico a desenredar está precisamente en llevar a la praxis este marco conceptual, que visualiza desde su planteamiento primario las diferencias y la posibilidad de consensuarlas, a través de actitudes razonables y no racionales, siguiendo a John Rawls, en donde, la preeminencia de lo justo sobre lo bueno y lo bueno sobre lo justo, no concurran a la guerra como único medio para limar las asperezas –normales además- entre los distintos países.
A pesar que “Los autores idealistas establecen como la esencia de la comunidad internacional a los valores morales y a la buena voluntad del hombre”[12] no debemos obviar la heterogeneidad en cuanto a las concepciones morales de los distintos países. Es quizás, en este punto, donde la dialéctica entre el particularismo y la generalización, dan pie a las mayores contradicciones tanto a nivel teórico como pragmático, entre lo que es y debe ser, entre los idealistas y los realistas. Así, lo que éticamente sea aceptado por la moral, será lo moralmente justo y se actuará conforme a ello. He aquí la lucha anteriormente comentada entre lo racional y lo razonable. Pero, ¿qué hacer antes las actitudes racionales del otro, del otro entendido como un país dentro del plano internacional?
En este sentido, el liberalismo uno de los dos más grandes productos filosóficos de la Ilustración Europea, “ha defendido la libertad política, la democracia y la garantía de los derechos constitucionales, privilegiando la libertad individual y la igualdad ante la ley” [13], y su impacto se amplía en el campo de las relaciones internacionales, al permitir estudiar y profundizar las características históricas, políticas y culturales de los diferentes países en el concierto internacional.
De tal forma, que este modelo conceptual, será útil por varios aspectos:
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Es una herramienta teórica que permite indagar a través de las diversas construcciones morales, la concepción del régimen político y su interpretación de la política interna y externa de un país.
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Es un marco de categorías de las relaciones internacionales para la aproximación ante la diatriba entre lo racional y lo razonable, como elementos catalizadores entre lo moralmente justo y lo moralmente bueno.
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Nos permite estudiar y analizar las diferencias de cada país, más allá del Estado, actor principal de la tesis Realista.
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Guarda una correspondencia razonable para insertarnos en cargas valorativas y cosmogonías políticas-culturales, de muy difícil acceso si insistimos en el estudio de las relaciones internacionales bajo la visión estructuralista o de la dependencia, como señaláramos anteriormente.
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Nos permite analizar el posible consenso de las diferencias políticas y culturales, de los diversos países dentro del escenario internacional.
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Es un soporte teórico, al particularizar a los diversos países dentro del escenario internacional.
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Es la teoría que nos permite indagar sobre la tesis de la analogía doméstica de Hidemi Suganami. Según lo anterior, podremos examinar lo relacionado con el régimen y su concepción moral, partiendo de las particularidades y buscando el consenso con fines del entendimiento y convivencia mundial.
En nuestro caso específico, el objeto de estudio será las relaciones Venezuela y Estados Unidos durante el periodo 2001- 2010. El chavismo-bolivarianismo y el neoconservadurismo impactan cultural e ideológicamente con sus visiones morales particulares del mundo y de la gestión política.
De tal manera que la teoría liberal nos permitirá interrogarnos sobre la interrelación – efectiva o no- de estos, siendo pertinente preguntarnos ¿Cómo a pesar de las heterogeneidades morales, políticas y filosóficas de Venezuela y Estados Unidos, ambos países mantuvieron relaciones durante el convulso periodo 2001-2010? especialmente luego del “giro” de la política exterior venezolana con la presidencia de Hugo Chávez y el “cambio” de la política exterior estadounidense luego de los atentados el 11 de septiembre de 2001.
Ambos eventos configuran nuevos escenarios geopolíticos que provocarán un cierto deterioro en el giro discursivo, situación que en la praxis no determina el fin de las relaciones entre dichos países, especialmente a sabiendas del papel de Estados Unidos como uno de los principales socios comerciales de nuestro país y de Venezuela como uno de los principales países proveedores de petróleo para el país norteamericano.
En resumen, la mirada interpretativa liberal a partir del modelo de la justicia como equidad de John Rawls, nos ofrece la posibilidad de estudiar a Venezuela y Estados Unidos desde sus diferencias, acotando que éstas no deben ser necesariamente obstáculos en el establecimiento de las relaciones entre ambos. Pues son precisamente estas diferencias filosóficas, políticas y culturales las que nos permiten indagar sobre la relación entre el régimen político y la moral y sobre las posturas racionales y razonables de cada uno de estos gobiernos, ya sea bajo el chavismo-bolivarianismo o el neoconservadurismo. Al respecto, es importante señalar que son esencialmente estas diferencias las que llevan al conflicto, el cual no siempre se presenta en forma de enfrentamiento bélico; pero que supone la manifestación fehaciente de las divergencias morales y políticas entre ambos. En todo caso, se trata de estudiar la relación ineludible entre la moral y régimen político, en la materialización de lo justo y lo bueno. Así como lo moral vinculado a la idea de justicia y el bien así como su influencia en lo doctrinario y lo ideológico.
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